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Hay escenas que, aunque sean ficción, nos marcan de forma indeleble. Una de ellas, profundamente grabada en la memoria de generaciones de personas, pertenece a la película El Club de los Poetas Muertos, dirigida por Peter Weir en 1989. En ella, el profesor Keating, encarnado por Robin Williams, nos recuerda con pasión y claridad que “la medicina, el derecho, el comercio, la ingeniería son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida; pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor son las cosas que nos mantienen vivos”.

Esta afirmación, al englobar todos esos elementos mencionados, y algunos más, que forman parte de las Humanidades, es una declaración esencial sobre el sentido de la existencia. Ahora que los planes de estudio se reestructuran bajo criterios de rentabilidad, productividad y empleabilidad, urge volver a escuchar la voz de Keating, que es también la voz de tantos pensadores, artistas y educadores que han defendido el lugar irremplazable de las disciplinas humanísticas en la vida y en la formación del alumnado.

La medicina sana el cuerpo; el derecho estructura las normas mínimas de convivencia; la ingeniería construye el mundo físico y tecnológico que habitamos; la economía busca el bienestar material y la sostenibilidad. Todas ellas son fundamentales, sí. Pero si observamos a nuestro alrededor o miramos hacia dentro, veremos que lo que nos emociona, nos hace sentirnos profundamente humanos, nos conecta con los demás y con nosotros mismos, rara vez se reduce a un cálculo, un diagnóstico o una fórmula.

Es la literatura la que nos enseña a habitar otras vidas, la que nos ofrece palabras para nombrar lo que sentimos. Es la filosofía la que nos invita a hacernos preguntas esenciales sobre el bien, la verdad y el sentido. Es la música la que puede conmovernos hasta las lágrimas sin decir una sola palabra. Son el teatro, el cine, el arte visual, los que nos permiten mirar el mundo con otros ojos, cuestionarnos, empatizar, imaginar. Y también es la religión, la que nos conecta con la dimensión trascendente de la vida, con los grandes interrogantes sobre el origen, el propósito y el destino del ser humano. Las Humanidades nos enseñan a pensar, a vivir con profundidad y sentido.

En un mundo donde el conocimiento se valora casi exclusivamente por su aplicación inmediata o su impacto económico, el lugar de las Humanidades ha sido puesto en entredicho. Se las considera a menudo accesorios de lujo, asignaturas “de relleno” o de interés puramente personal. Nada más alejado de la verdad. Aunque es cierto que no todas las personas serán filósofas, escritoras o artistas, también es cierto que todas vivirán y convivirán. Y para ello, necesitan las herramientas que estas disciplinas aportan: la capacidad crítica, la sensibilidad estética, la empatía, la comprensión profunda de la condición humana y una apertura hacia lo espiritual.

Formar estudiantes sin contacto real con las Humanidades es formar profesionales incompletos. Personas que sabrán hacer, pero que no sabrán por qué lo hacen, ni para quién, ni con qué consecuencias humanas. Educar no es sólo capacitar: es también cultivar. Cultivar la mirada, el juicio, la escucha, la imaginación, la espiritualidad, el respeto por la diversidad de pensamientos y emociones. 

Esta editorial no es sólo un tributo a una película entrañable ni a un personaje aparentemente sabio. Es una llamada urgente a re-evolucionar las Humanidades en todos los espacios posibles. Es también un recordatorio de que la educación no puede reducirse a una instrucción técnica, sino que debe ser una formación integral que incluya el alma, la ética, la creatividad, la interioridad, que elimine la elección y se dirija hacia los nuevos perfiles híbridos que la sociedad necesita.

Porque no sólo necesitamos ingenieros, médicos, abogados, economistas, historiadores, músicos o artistas, sino que esas mismas personas sean ciudadanos conscientes, sensibles, capaces de cuestionar lo que parece evidente, de conmoverse ante la belleza y de resistir la superficialidad de lo inmediato y productivo, personas que no sólo trabajen, produzcan o conozcan el mundo; sino que vivan, sueñen y se pregunten por el misterio que habita nuestro mundo.

Las Humanidades no son un lujo. Son una necesidad vital. Y como toda necesidad profunda, no siempre se ve a simple vista. Basta con imaginar un mundo sin poesía, sin relatos, sin arte, sin pensamiento crítico, sin espiritualidad… Un mundo empobrecido. Hagamos posible entre todos la re-evolución de las Humanidades.

RAFAEL MOLINA
educadores@escuelascatolicas.com
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