algo nos ha demostrado la experiencia de la pandemia es que el bienestar emocional es importante. Estar permanentemente expuestos a esta amenaza ha evidenciado que sin un buen desarrollo emocional no podemos dar respuestas útiles y creativas al reto que nos propone la COVID-19. A menudo las adversidades arrojan luz sobre aspectos ignorados hasta entonces. Nos ofrecen la  oportunidad  de  reordenar prioridades y dedicar tiempo y recursos a lo que hemos des- cubierto como esencial, en este caso, el bienestar emocional.

Partiendo de esta realidad podemos plantearnos las siguientes preguntas: ¿el cuidado del bienestar emocional debe convertirse en una prioridad para la comunidad educativa? ¿Las escuelas deben aspirar a convertirse en espacios de bienestar? ¿Cómo podemos ayudar a niños y jóvenes a crecer con bienestar?

La intención de este artículo es desarrollar cuatro ideas clave sobre el bienestar emocional. En primer lugar, reflexionar sobre nuestra capacidad para construir de manera activa y comprometida nuestro bienestar. En segundo lugar, el papel de la escuela en la construcción de este bienestar. En tercer lugar, plantear la educación emocional como propuesta de desarrollo emocional de niños y jóvenes en su camino para vivir con bienestar. Y, por último, reflexionar sobre nuestro papel como adultos en el bienestar de nuestros niños, adolescentes y jóvenes.

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El bienestar emocional es la consecuencia de la expresión de una serie de capacidades humanas que desarrolladas de manera conjunta nos proporcionan una vivencia de nuestra vida agradable, plena, con satisfacción y sentido.

Es decir, tal y como nos indican las ciencias del bienestar (Seligman, 2017), aunque no hay una medida única a través de la cual definir el bienestar, sí que existe una serie de elementos medibles y reales que contribuyen a él. Los estudios nos indican que estos elementos se resumirían en: la gestión emocional, la entrega, el sentido, el propósito, la autoestima, la actitud positiva, la resiliencia y las relaciones positivas, entre otros (So y Huppert, 2009).

Esta manera de plantear el bienestar nos inspira varias cosas importantes:

 

El bienestar emocional depende directamente de un conjunto de capacidades que pueden ser desarrolladas por cualquiera de Es decir, el bienestar se puede educar. Podríamos decir que el bien-estar de las personas, depende de su bien-ser y que cuando dedicamos tiempo y recursos al crecimiento personal de nuestro alumnado, los estamos dedicando a su bienestar.

Aunque actualmente la sociedad trabaja para convertirnos en sujetos pasivos y consumidores del bienestar, solo una postura activa y comprometida con nuestro desarrollo humano nos permite experimentarlo.

El bienestar no es un fin, es una consecuencia: la consecuencia de la expresión de lo mejor de nosotros Nuestro compromiso para crecer y, al mismo tiempo, poner este crecimiento al servicio de los demás es clave a la hora de construir una sociedad capacitada para vivir con bienestar.

Todos estos elementos que conducen al bienestar son desarrollados por las competencias El bienestar emocional es uno de los propósitos de la educación emocional y, por tanto, dedicar tiempo y recursos a nuestro desarrollo emocional es dedicarlos a nuestro bienestar.

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Nuestro reto actual es ayudar a nuestro alumnado a entender que el bienestar va más allá de ver una serie de Netflix mientras esperan un pedido de su comida favorita. Es ayudarles a entender que el bienestar no es algo que puedan encontrar fuera de ellos mismos o que les podamos dar los adultos que les acompañamos, sino la expresión de una serie de capacidades, fortalezas y competencias que, si bien ya poseen, necesitan de su desarrollo.

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Por su papel social y porque pasamos en la aulas más de cinco horas al día durante más de diez años, la escuela es el segundo contexto más influyente durante nuestra infancia y adolescencia. Desde esta perspectiva, plantear los centros educativos como actores privilegiados en la educación del bienestar tiene todo el sentido del mundo.

Llegados a este punto, es necesario hacer una aclaración importante: que estemos apostando por introducir el bienestar en el ámbito educativo no significa que tengamos que rechazar el malestar. Últimamente la sociedad está tendiendo a sobreproteger a niños y jóvenes, privándolos de vivir y experimentar cualquier tipo de sufrimiento y malestar. Esta postura les incapacita para hacer frente de manera adaptativa a las adversidades y no les da acceso a los procesos de transformación derivados de la expresión de la resiliencia.

Como educadores, si no estamos dispuestos a abrazar la experiencia humana entera con sus luces y sus sombras, no podremos acompañar a nuestro alumnado en la conquista de su madurez emocional.

Cuando en las escuelas nos proponemos educar en el bienestar, buscamos fomentar especialmente tres aspectos:

 En primer lugar nos planteamos una “vida gestionada”. Es decir, que niños y jóvenes tengan los recursos necesarios para regular de manera adecuada sus emociones desagradables y la capacidad para generar emociones agradables. La presencia de estas últimas es de especial interés en el ámbito educativo ya que proporcionan una organización cognitiva más abierta, más flexible, más compleja, y también la habilidad para integrar diferentes tipos de información. Las emociones agradables promueven pensamientos más creativos y originales en la resolución de problemas y en la toma de decisiones. Tal como nos indica la doctora Barbara Fredrikson (2001), aunque los efectos de las emociones agradables son transitorios, los recursos personales adquiridos a través de ellas son  duraderos. Cuando un alumno experimenta emociones agradables está acumulando capital psicológico. Estas emociones son las luces de neón que indican que el crecimiento se está produciendo.

En segundo lugar planteamos una “buena vida” en la que nos sentimos gratificados con nosotros mismos y con nuestras acciones. Es decir, que niños y jóvenes sean capaces de identificar sus fortalezas y ponerlas en marcha para conseguir sus logros y sentirse bien durante el proceso.

En tercer lugar planteamos una “vida significativa” caracterizada por encontrar significado a la propia existencia. Es decir que niños y jóvenes busquen y encuentren objetivos, retos y propósitos que guíen sus pasos y que tengan en cuenta la comunidad en la que viven y crecen.

Tal y como nos indica Raquel Palomera (2009), hay una serie de acciones que podemos fomentar desde las escuelas para educar en el bienestar y que se detallan a continuación: que el bienestar sea uno de los propósitos de la escuela; dedicar espacios y tiempos donde trabajar y expresar el bienestar, crear espacios de calma para poder aquietar al alumnado y favorecer la reflexión, la relajación y la introspección; propiciar experiencias que conlleven emociones agradables; trabajar por un clima de seguridad; fomentar la creatividad y la curiosidad; valorar a cada alumno en sus virtudes y utilizar un lenguaje positivo…

Sin embargo, si lo que queremos es trabajar de manera significativa, rigurosa y sistemática en el bienestar de nuestro alumnado, no hay nada que tenga más impacto que el trabajo de sus competencias emocionales tal y como veremos a continuación.

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Todo el mundo parece estar de acuerdo en que el bienestar es un valor importante a conseguir. Sin embargo, cuando llegamos a la realidad educativa nos encontramos con grandes dificultades para invertir tiempo y recursos en el desarrollo de las competencias socioemocionales que nos lo facilita. En este propósito situamos la educación emocional.

Este constructo pedagógico tiene el objetivo de desarrollar las competencias emocionales del alumnado. Estas, pese a no contar con un espacio específico dentro del currículum de nuestras leyes educativas, son consideradas imprescindibles para adaptarnos de manera exitosa en los aspectos más significativos de la vida de las personas. Educar las emociones es educar para la vida y da la oportunidad a nuestro alumnado de establecer una relación positiva y de crecimiento con sus procesos emocionales, con ellos mismos, con los demás y con su vida.

A continuación explicaremos de qué manera la educación emocional nos puede ayudar a convertir las escuelas en un espacio de bienestar a través del desarrollo emocional del alumnado. Para ello utilizaremos el modelo de competencias emocionales del GROP de la Universidad de Barcelona (Bisquerra, 2000). Este modelo se organiza a través de cinco competencias emocionales y todas ellas tienen un papel significativo en la construcción del bienestar tal y como veremos a continuación.

Uno de los requisitos del bienestar es conseguir que en nuestra vivencia emocional, las emociones agradables que experimentamos tengan un peso específico superior al que tienen las emociones desagradables. Para acompañar a nuestro alumnado en este propósito tendremos que ayudarles a:

Ser conscientes de las emociones que experimentan, nombrarlas y etiquetarlas.

Descubrir la causa de sus emociones y discernir si el estado emocional que los acompaña en un momento determinado los acerca o los aleja de sus objetivos.

El desafío de las preguntas existenciales, la apertura a los valores trascendentes frente las respuestas cerradas y limitadoras.

Ser conscientes de las emociones que experimentan los demás y acogerlas de forma empática.

Plantearse si su estado emocional necesita ser regulado.

Poner en marcha estrategias de regulación emocional para gestionar las emociones desagradables.

Generar emociones y estados de ánimo agradables.

En este sentido podemos utilizar: estrategias como los medidores de estado de ánimo; el trabajo del vocabulario emocional; estrategias de aquietamiento como la relajación, las visualizaciones, la meditación y las respiraciones conscientes; la propuesta de actividades pensadas para generar y compartir emociones agradables…

Cuando convertimos estas prácticas en un hábito integrado de manera transversal en el día a día del alumnado, los cambios son inmediatos. Niños y jóvenes se hacen más conscientes de sus emociones y poco a poco se encaminan hacia un balance hedónico positivo en el que el objetivo no es que no experimenten emociones desagradables, sino que las gestionen adecuadamente y a la vez sean capaces de autogenerarse emociones agradables constructivas y de valor.

Esta competencia emocional trabaja otro de los elementos que nos conducen al bienestar: nuestra capacidad para reconocer nuestras fortalezas y expresarlas. Este proceso, clave en la construcción de una autoestima positiva, requiere de un autoconocimiento a través del cual el niño es capaz de ver en él y en los demás aquellas fortalezas que al ser expresadas se convierten en una experiencia de satisfacción o sentido. El objetivo final es que el alumnado comprenda que “no es porque hace cosas” sino que “hace cosas porque es”.

Algunas de las acciones que podemos poner en marcha en este sentido son:

Acompañar a nuestro alumnado en el descubrimiento de sus fortalezas y virtudes.

Ayudarles a implicarse en actividades donde expresar sus

Promover la admiración y la inspiración a través de las fortalezas de los demás.

Realizar trabajos sobre las fortalezas de los diferentes miembros de la

Ayudar a apreciar las diferencias entre unos y otros a nivel de

Pensar en familia cada día sobre tres cosas que nos hayan salido bien.

Conectar con la gratitud

Hay que prestar especial atención a aquel alumnado cuyas fortalezas más destacadas no son aquellas requeridas por el currículum académico. Es importante que estos niños y jóvenes participen de actividades extraescolares donde sus fortalezas sí que sean requeridas y valoradas, donde puedan expresar lo mejor de ellos mismos. Si no es así será casi imposible que puedan construir una autoestima positiva y en consecuencia crecer con bienestar.

Profundizar en el trabajo de las fortalezas no solo está relacionado con el bienestar sino con muchos otros aspectos, tal y como nos indica Lea Waters (2019):

Mejores niveles de satisfacción y compromiso en la escuela.

Transiciones más fluidas entre la guardería y la educación básica y entre esta y la educación

Niveles más altos de desempeño académico.

Niveles más altos de satisfacción en las relaciones personales.

Aunque popularmente se dice que para vivir con bienestar son necesarias tres cosas (salud, dinero y amor), solo la tercera de ellas ha sido confirmada de manera constante e inequívoca por la investigación como un factor condicionante del bienestar. Somos seres sociales y en consecuencia no solo necesitamos las relaciones personales para ser felices, sino que la falta de ellas nos hace profunda- mente infelices.

La competencia social trabaja la relación del alumnado con los demás. En concreto, explora todos aquellos recursos y estrategias que les permiten establecer vínculos profundos y genuinos con los demás y su capacidad para tejer redes sociales de apoyo a su alrededor.

En este sentido, son estrategias de esta competencia emocional: el trabajo de la asertividad, la resolución de conflictos, el respeto, la comunicación expresiva y receptiva, y la escucha activa, entre otras. El objetivo es trabajar por un clima escolar pacificado con espacios para compartir y relacionarse desde diferentes perspectivas y realidades: un entorno donde ir avanzando hacia formas de relaciones más compasivas, tolerantes, altruistas y comprometidas con los demás.

Además, podemos favorecer un conjunto de actividades agradables de interacción social que in- fluyan en el estado de ánimo de manera positiva durante todo el día:

 

  Favorecer la interacción con personas felices y alegres.

  Favorecer la interacción con personas que muestren interés por lo que uno dice o hace.

  Estar con amigos.

  Propiciar ambientes donde poder conversar de manera abierta y sincera.

  Que te digan que te quiere.

  Expresar amor hacia otra persona.

  Compartir tiempo con personas queridas.

  Admirar a alguien y ser admirado por alguien.

  Que te pidan ayuda o consejo.

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El modelo que nos está guiando en la relación entre el bienestar y el desarrollo emocional nos plantea una competencia que trabaja el bienestar de manera explícita. Esta competencia se centra en desarrollar otro de los elementos del bienestar: construir una vida significativa guiada por objetivos y propósitos que orienten nuestros pasos y doten de sentido nuestra existencia. El objetivo es ayudar al alumnado a escoger buenos objetivos y a zambullirse en el reto de vivirlos con entrega y compromiso. Hoy sabemos que esta iniciativa nos llena de bienestar. Al final del proceso pretendemos que el alumnado entienda que el mayor beneficio de implicarse en un reto es la persona en la que se convertirá. Una persona más útil y luminosa que podrá aportar valor y bienestar a su entorno. Como se puede observar, es una propuesta diametralmente opuesta a la que utiliza la industria del mal llamado “bienestar” donde nuestros niños y jóvenes son emplazados a convertirse en receptores pasivos de una teórica felicidad situada fuera de ellos.

En este sentido, desde la escuela podemos favorecer las siguientes propuestas:

  Ayudar al alumnado a reflexionar sobre la felicidad, el bienestar y las consecuencias éticas de nuestros modelos.

  Ayudar al alumnado a salir fuera de su zona de confort a través de experiencias que supongan un reto.

  Propiciar experiencias variadas que ayuden al alumnado a descubrir sus pasiones.

  Ayudar al alumnado a detectar retos y objetivos donde puedan expresar sus fortalezas.

  Plantear experiencias donde el alumnado pueda experimentar bienestar.

  Implicar al alumnado con retos y propósitos que trasciendan sus intereses personales y tengan un impacto positivo en la sociedad de la que forman parte.

La pregunta que nos deberíamos  hacer  ahora es: ¿cuál es mi papel como persona adulta que acompaña a mis hijos o a mis alumnos en la construcción de su bienestar? Para contestarla debemos empezar analizando una frase que nos anuncian las investigaciones sobre el desarrollo emocional de niños y jóvenes: “No hay herramienta más significativa para el  desarrollo  emocional de estos que el desarrollo emocional de los adultos que los acompañan”. En consecuencia, si queremos niños y jóvenes que vivan con bienestar necesitamos que los adultos que los acompañen lo hagan. Es decir, necesitamos adultos con un buen desarrollo emocional.

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Si en casa o en la escuela nos planteamos seriamente el bienestar como un propósito, los pasos a seguir serían los siguientes:

  En primer lugar, plantearnos el cuidado del bienestar como una prioridad a la que destinar tiempo y recursos.

  En segundo lugar, formar a los adultos en competencias Padres, docentes, educadores de tiempo libre…. Sin lugar a dudas, esta es la mejor inversión.

  En tercer lugar, introducir el trabajo de las competencias emocionales en el ámbito educativo de manera rigurosa, sistemática y estructurada en todos los cursos de todas las etapas Actualmente se dispone de diversos programas contrastados y evaluados que permiten el desarrollo de la educación emocional en las escuelas. Algunos de ellos son el programa Emozioak impulsado por la diputación de Guipúzcoa, el programa SEL impulsado por CASEL (Collaborative for Academic, Social, and Emotional Learning)  o el programa Look Inside, impulsado por la Fundación Dominicas de la Enseñanza.

  En cuarto lugar, sumar a las familias en este propósito a través de pautas y estrategias para trabajar la educación emocional en casa.                                                                         13

  En quinto lugar, animar a las administraciones para que doten de un espacio real y curricular el desarrollo de las competencias emocionales en el ámbito educativo.

Sin duda, cuidar del bienestar es un propósito que nos interpela a todos y son muchas las acciones que podemos llevar a cabo en casa y en las escuelas para trabajarlo. La primera de ellas consiste siempre en ser nosotros lo que queremos ver en nuestros hijos y en nuestro alumnado. De esta forma, familia y escuela se convierten en el verdadero motor del desarrollo emocional y humano de niños y jóvenes y, en consecuencia, en un ejemplo de este bienestar activo y comprometido del que hablábamos al inicio del artículo.

LAIA MESTRES
Especialista en educación emocional
y creadora del programa Look Inside

Bibliografía

Bisquerra, R. (2000). Educación Emocional y Bien- estar. Barcelona: Praxis.

Fredrickson, B.L. (2001). The role of positive emo- tions in positive psychology: The boarden-and- build theory of positive emotions. American Psy- chologist, 56(3), 218-226.

Palomera, R. (2009). Educando para la felicidad. En Fernández-Abascal (Ed.), Emociones positivas (pp 247-273). Madrid: Pirámide.

Seligman, M. (2017). La vida que florece. Barcelo- na: Ediciones B.

So, T., Huppert, F. (2009). What percentage of peo- ple in Europe are flourishing and what characteri- ses them? Prepared for the OECD/ISQOLS meeting “Measuring subjective well-being: an  opportunity for NSOs?”. Cambridge: University of Cambridge.

Waters, L. (2019). Educar en las fortalezas. Madrid: Alianza.

Abstract

The covid crisis has shed new light on the importance of our emotional wellbeing, and raised new questions around the role schools should play in caring for students’ emotional development. School is the second most influential setting for children and youth which makes it a privileged arena for their emotional education. Developing wellbeing, however, does not mean students should be deprived of all emotional discomfort, as this would rid them of the opportunity of experiencing the full experience of life and of building the resilience necessary to overcome obstacles in an adaptive manner. This entails educators too must be open to embracing the full human experience, with its lights and shadows, able to manage their own emotions. This article looks at which emotional skills young people need to thrive and how schools can support them in that direction. 

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