La huella es el camino que vivimos y es la vida que caminamos.
La palabra puede ser caricia y puede ser misil.
Todos, en muchos momentos de nuestra vida, somos huella y somos palabra.
La palabra busca la huella, y la huella se encuentra con la palabra.
Somos animales de rastro y de relación.
Unos son más conocidos por su huella; otros son importantes por su palabra.
Los menos serán huella y palabra para las generaciones venideras.
(En la huella y en la palabra, Ismael Miranda)
Todo comunica, especialmente en educación. Cada gesto, cada palabra y cada silencio transmiten un mensaje que impacta en el proceso de aprendizaje. No puede haber verdadera educación sin la relación que se establece a través de la comunicación.
La comunicación en el ámbito educativo no es solo una herramienta, sino el alma que impulsa y da vida a la enseñanza. Así es que la comunicación y la educación están intrínsecamente relacionadas, porque la palabra es el lenguaje del cerebro, el medio a través del cual procesamos, comprendemos y compartimos conocimiento. En el ámbito educativo, la palabra del maestro tiene el poder de moldear el pensamiento de los estudiantes, de estructurar sus ideas y de facilitar la comprensión de conceptos complejos. Las palabras no solo transmiten información, sino que también tienen la capacidad de conectar emocionalmente, motivar y transformar. Cuando un maestro se comunica con sus alumnos está influenciando la manera en que los estudiantes perciben y entienden el mundo.
En nuestro contexto, cada aspecto del entorno y del comportamiento del educador también comunica algo a los alumnos. La comunicación no verbal, que incluye gestos, expresiones faciales, postura y contacto visual, también contribuyen a la creación de un ambiente de aprendizaje. Esta forma de comunicación puede complementar, enfatizar o incluso contradecir las palabras del educador, y su impacto es poderoso y significativo. Y el silencio también comunica, al enfatizar un punto, dar tiempo para la reflexión o gestionar el aula, y para mostrar respeto y consideración hacia los demás.
Los educadores debemos ser conscientes de que nuestra presencia y modo de interactuar influyen profundamente en la percepción y el comportamiento de nuestros alumnos. Así, no sólo lo que decimos, sino también cómo lo decimos y actuamos, comunica valores, expectativas y actitudes. Una comunicación clara, veraz y empática facilita el aprendizaje al fomentar el diálogo y la participación activa; al comprender y responder a las emociones y necesidades; y al asegurarnos de que los mensajes sean comprendidos correctamente. Los educadores también escuchamos, comprendemos y acompañamos a los alumnos. Este intercambio constante de conocimientos y emociones valida su identidad y experiencias, y fortalece su autoestima y el sentido de pertenencia.
Cada palabra que se pronuncia en el aula deja una huella en los estudiantes, y esta puede ser positiva o negativa. He aquí el enorme impacto al utilizar el lenguaje de manera constructiva. Así, el maestro asume un rol de mentor y facilitador, ofreciendo no solo conocimientos académicos, sino también apoyo emocional y moral con palabras que eduquen, inspiren y respeten la dignidad de cada alumno. La palabra del maestro debe adaptarse a esta individualidad, ofreciendo orientación específica que atienda las particularidades de cada uno, encendiendo la curiosidad y el deseo de aprender y superarse. Las palabras de aliento, el feedback respetuoso y los mensajes de motivación ayudan a los estudiantes a desarrollar su sentido crítico, ético y responsable.
Ya veis que todo comunica y, como educadores, es nuestra responsabilidad utilizarlo de manera consciente para formar personas capaces de contribuir positivamente a la sociedad. «Hágase en mí según tu palabra» encapsula este mensaje, resaltando el poder transformador de la palabra del Maestro, que nos guía y acompaña por el viaje de la vida. Esta es la verdadera Palabra que educa, inspira y transforma la mente y el corazón de todos, creando un entorno educativo profundamente humano.
IRENE ARRIMADAS
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