¿Qué rostro imaginamos detrás de estas palabras? ¿Un inmigrante? ¿Un menor no acompañado? Podría sorprendernos descubrir que son las primeras impresiones de un joven español de 18 años que ha ido a los EE.UU. a luchar por una beca en la universidad. Por un tiempo será también un extranjero, una persona sin sentido de pertenencia en la comunidad que lo recibe, con muchas dificultades para comunicarse de forma satisfactoria, con necesidad de escucha y acompañamiento. Todos hemos estado alguna vez lejos de casa por un tiempo breve o quizás más largo; para cumplir un sueño, para seguir viviendo o sobreviviendo, para aprender, para enseñar… ¡Qué importante es cómo nos sentimos acogidos para que la experiencia deje en nosotros aprendizaje, enriquecimiento o superación!  

A este joven no se le considerará un inmigrante, pero si es un estudiante extranjero que a partir de ahora podrá entender mejor a las personas de fuera que llegan a nuestros países por alguna de las razones que hemos mencionado antes, o por otras como las guerras o conflictos económicos que asolan numerosas partes de nuestro mundo globalizado.

¿A qué llamamos inmigrante? Según la RAE “la persona que se instala en otro país en busca de mejores medios de vida”. En esta amplia definición están contenidas todas las familias que recibimos en España y los menores que continuarán sus estudios en colegios distribuidos por todo el país. Queremos poner el foco en la inclusión de todos estos niños, adolescentes y jóvenes que van a ocupar un espacio significativo en nuestras aulas, un espacio que aumenta cada año. Para el Ministerio de Inclusión estudiante extranjero es aquel “que no posee la nacionalidad española y está matriculado en el sistema educativo español”. Según los últimos datos, actualmente tenemos 988.781 matriculados en España.

Es una cifra suficientemente importante como para que luchemos por la implementación en los centros escolares de estrategias que sean capaces de integrar a este alumnado. Planes integrales que promuevan una relación entre iguales, sin etiquetas de ningún tipo y que incidan en conseguir una buena convivencia basada en el conocimiento de la historia personal de cada alumno (extranjeros y nativos). Que se centren en mejorar/adaptar la forma de transmitir el aprendizaje, la comunicación (lengua utilizada), y en lograr un buen rendimiento académico que les permita optar a niveles o ciclos superiores, si así lo desean.

En nuestros idearios debe resonar la frase del Papa Francisco “aquí cabemos todos”  sustentada en las palabras del propio Jesús cuando nos dice “fui forastero y me acogisteis” (Mt 25, 31-40). Son cuatro los verbos que el Santo Padre nos invita a pronunciar en torno a este tema: acoger, proteger, promover e integrar. “Cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado en cualquier época de la historia”, proclamó el papa en la Jornada Mundial del Migrante. ¿Cómo contribuir desde la escuela a que se sientan como en casa? ¿Cómo facilitar los procesos de integración? ¿Qué barreras derribar? 

Es la primera pregunta que nos hemos de hacer. La escuela es un reflejo de la sociedad. A medida que la inmigración ha ido aumentando en nuestro país, los centros educativos han sido llamados al desafío de acoger a numerosos niños y adolescentes que anhelan sentirse uno más en las aulas.

En este momento, en nuestros colegios, podemos encontrarnos con dos realidades, los llamados inmigrantes de primera generación y los de segunda generación. 

No olvidemos que los niños que están viviendo ahora dificultades en la primera generación, serán luego los que formarán las familias de la segunda generación. Si consiguen una estabilidad, un trabajo y una inclusión social adecuada, la brecha será más pequeña…o ninguna. Porque ya no serán ni migrantes ni migrados; sino autóctonos.  Ciudadanos y ciudadanas de este país.

Acoger es el primer movimiento ante alguien que llega; el que nace de la hospitalidad. Y no sólo es decir “Pasa. Entra”.  Supone muchas otras cosas. Podemos enfrentarnos a este desafío desde un enfoque asimilacionista, teniendo en  mente, principalmente, cómo ayudarles a adaptarse a lo que aquí somos y hacemos. Pero nuestras sociedades ya no son monolíticas, sino diversas. Por eso nosotros proponemos un enfoque no ya intercultural, que también; sino un enfoque transcultural(1), centrado en el comprender y compartir; entendiendo que la convivencia de personas de diferentes culturas es riqueza y una fuente de creatividad. Desde este enfoque nos gustaría ir desgranando el verbo acoger.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Se puede hacer un retrato robot de este tipo de alumnos? Trayectorias tan diferentes, universos tan distintos… Por eso lo primero, lo más importante, es conocer a esa persona que tenemos en el aula con la historia que trae en su mochila, su cosmovisión, sus heridas, sus logros, sus éxitos, sus fracasos y sus sueños. 

Esta es siempre la típica primera tarea de la Orientación: evaluar psicopedagógicamente, “diagnosticar”…  ¡Qué importante en este caso!  En la figura 1 recogemos, sin agotarlas, algunas de las variables que hemos de valorar porque conforman la realidad personal de cada chico o chica.

 

Aunque en el caso de una migración, no basta con evaluar y realizar un informe, como quizá hacemos en otras situaciones a las que nos enfrentamos, sino de adentrarnos con reverencia en su mundo y en su historia. Desde este enfoque transcultural es importante empezar por charlar y sobre todo escuchar. Escuchar con todos nuestros sentidos. Al niño o niña, a su familia, a su cultura -con sus valores y patrones- para acercarnos a su identidad y su ahora. Explorar con lo que podemos llamar benevolencia epistémica. (“Esto no es exactamente como yo lo diría, pero es su relato y voy a intentar comprender qué quiere decir para ellos, desde su mundo”).  Por eso es importante contar con intérpretes, para que puedan expresar todo y comprendernos lo mejor posible. 

No hay que convertir en una patología algo que no lo es, que sólo necesita tiempo. Primero el alumno requiere adaptarse a su nuevo entorno (familiar, social, escolar) y, luego, vendrán los aprendizajes. 

A medida que conocemos a una persona podemos ofrecerle recursos más acordes con sus necesidades. El verbo conocer, como el verbo orientar, pasa necesariamente por tres ejes que conforman la vida del alumno: personal, académico y vocacional; al que podemos añadir un cuarto: el comunitario (las relaciones). Sobre todos estos aspectos conviene hablar en esos primeros tiempos de acogida.

Estas experiencias además generan un sentido de pertenencia a la familia que tiene que ser la escuela, la casa común donde poder desarrollarse desde los dones de cada uno y el respeto a todos. Según los datos del informe PISA(2), “tanto los estudiantes extranjeros como los nativos de padres inmigrantes muestran, respecto a los nativos, un menor sentimiento de pertenencia a la escuela y una mayor exposición a sufrir episodios de acoso escolar, sobre todo, relacionados con difundir rumores desagradables de ellos, recibir golpes o empujones, y ser excluidos a propósito”. En la figura 2 recogemos algunas ideas para estos momentos de primera acogida.

 

Hoy los colegios varían mucho en el porcentaje de alumnos migrantes. En aquellos que es elevado, hemos de intentar realizar estos procesos y organizar actividades grupales  para recabar algunos de estos datos.

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Si para un alumno nuevo integrarse en un grupo tiene su dificultad y sus tiempos, imaginemos cómo se siente un niño o adolescente para el que todo es nuevo: cultura, idioma y costumbres. 

Aun cuando en nuestras escuelas católicas acoger al otro es parte de nuestro ADN, nos queda camino por recorrer en materia de inclusión. Hay indicadores muy claros de la desigualdad entre españoles e inmigrantes.  Los datos dicen que, aunque la situación mejora algo en los nativos con padres migrantes, este alumnado, además de estar más expuestos al acoso escolar, viven un menor éxito escolar, con mayores tasas de bajo rendimiento, repetición y abandono.

Cuando pensamos en las barreras para una adecuada integración de un alumno migrante, en general nos vienen a la cabeza sus condiciones. Y es verdad. Los factores enumerados anteriormente se convierten muchas veces en dificultades; sin embargo, desde el enfoque inclusivo, hoy, se nos invita a enfocarnos en el contexto y preguntarnos cómo podemos organizar las cosas para ayudar a crecer a cada uno desde su realidad. 

Por ir de lo macro a lo micro, podemos enumerar algunas barreras del contexto sociocultural: procesos burocráticos, actitud hacia la inmigración, recursos… Pero nos interesa centrarnos en nuestros centros: ¿qué circunstancias, conductas o carencias pueden estar dificultando la presencia, participación y progreso académico de estos chicos y chicas en nuestros colegios?

En esta reflexión, puede ayudarnos el Index para la inclusión(3). En él se habla de 3 dimensiones: la cultura del centro y sus valores, las políticas o estrategias que planificamos y las prácticas pedagógicas que desarrollamos. Un ejercicio interesante es reflexionar y proponer iniciativas para cada uno de los niveles (figura 3). En esta guía encontramos indicadores y sugerencias que nos ayudan a ir avanzando.

Aparte de las medidas estratégicas y metodológicas que se tomen, es conveniente saber que en la mayoría de investigaciones se identifica como el primer factor de integración y progreso, la persona del educador.  Estos alumnos viven una escisión entre lo de dentro (hogar, cultura…) y lo de fuera; y necesitan apoyarse en el educador para hacer la transición.  

Y es que es importante la representación que los educadores tenemos de ellos: ¿Niños y niñas a quienes les falta algo o niños y niñas que cuentan con algo más? Esto nos anima a plantearnos otra cuestión: ¿Qué nos pueden aportar estos chicos y chicas individualmente y su cultura como grupo? ¿Cómo volcarlo en nuestro colegio y nuestra aula? Esta actitud de reconocer y valorar es clave. Sabemos por las neurociencias que el aprendizaje se apoya en el nivel afectivo. Cuando al alumnado migrante se le pregunta lo que más le motiva a ir a la escuela, dice encontrarse con el maestro (si es acogedor y benevolente), frente a los nativos, que dicen aprender cosas nuevas. Que cada profesor que entre en el aula les haga un guiño de acogida, comprensión y no exigencia. 

También conviene plantear diversas iniciativas para ayudar a todo el alumnado a detectar sus propias barreras: de aprendizaje, de actitudes, de convivencia. 

Sentirse el nuevo o el diferente puede dar miedo o provocar inseguridad, puede suponer un bloqueo emocional importante… Tener a alguien a tu lado, que te ayude a desvelar cada encrucijada del camino, es una de las experiencias humanas más valiosas que se pueden atesorar. En la escuela este acompañamiento es vital. Se necesitan personas dispuestas a implicarse en la escucha de las necesidades de los alumnos inmigrantes que se sienten así.

Aunque afirmábamos, al principio de este artículo, que cada alumno o alumna migrante es una historia diferente, hay aspectos casi siempre presentes. Uno es el sentimiento de pérdida; lo que se ha venido a llamar duelo migratorio o Síndrome de  Ulises(4), unido a la ruptura con su vida anterior y la desubicación total.  Este duelo integra todo lo que la persona ha perdido y en muchos casos nunca desaparece del todo, pues lo que se ha perdido permanece en su país de origen. Suele ser un duelo recurrente (una llamada, un recuerdo…). Es importante que se les acompañe desde el primer momento, pues suelen experimentar un considerable malestar psicológico, una gran carga de estrés. Tutores, orientadores, profesores…, generemos espacios de escucha donde expresar el desarraigo que pueden sentir y encontrar herramientas para gestionar la nueva situación. Con preguntas abiertas, libres de juicio, escuchando también los silencios, evitando los consejos o soluciones que parten de nosotros y no de ellos.

Otra razón para acompañar es que estas son edades de construcción de la identidad. Los niños y adolescentes migrantes no tienen sólo una identidad sino varias identidades que se van sumando. (Nunca se restan, ¡importante!). La de allí y la de aquí. Y es que en realidad la identidad en sí no existe, sino que es el relato que nos vamos haciendo de nosotros mismos. Estos niños y jóvenes tienen que construir sus relatos. Cada uno tiene su forma de contar su historia. Algunos la cuentan en relación con el mundo anterior, y quieren sentirse apegados a sus raíces, su cultura, su idioma; otros, en relación a su mundo actual y quieren desarrollarse en esta sociedad.  Pero también están los que no pueden contar nada. Estos están en peligro. ¡Qué importante acompañarlos para que puedan construir su relato y así encontrar su identidad y lugar en el mundo! Cada una de esas identidades echa raíces y permanece en el idioma en que se ha vivido. Volvemos a la importancia de los intérpretes.

Acompañar nos va a servir también para ayudarles a interpretar este nuevo mundo con su código y ofrecerles pistas que les sitúen en él, que les ayuden a navegar por él. 

Se trata de acompañar su proceso para conseguir finalmente que ellos sean los protagonistas de su propia historia, tomen las riendas de su vida y, desarrollando todo su potencial, lleguen a ser aquello que están llamados a ser. Como el resto de compañeros que conviven con ellos, tienen derecho a encontrar su para qué en la vida, su propósito y descubrir su vocación. Solo desde esta perspectiva estaremos, de verdad, integrándolos y educándolos de forma personalizada. Al decir acompañar nos referimos a todas las dimensiones de la persona: corporal, intelectual, afectiva, volitiva, relacional y comunitaria, espiritual y biográfica.

Necesitan concederse el permiso para expresar todas sus emociones sin miedo a ser vulnerables; a sentir rabia, tristeza, desesperación y también alegría, satisfacción y orgullo. Transitar por estas emociones es un camino difícil; cada paso cuenta, pero deben ser pasos acompañados en un entorno seguro.

 

 

 

 

 

 

 

 

La escuela es la principal puerta de entrada a un nuevo país para un menor. Hemos de ser la puerta que les abra otras muchas puertas que les ayuden a crear vínculo con su nueva realidad, a fortalecer sus cualidades y su autoestima para que construyan un proyecto de vida que les ilusione.

Un trabajo clave de orientación con estos chicos y chicas es facilitar.  Ponerles en relación con personas, recursos, experiencias, que les permitan descubrir y poner en juego sus capacidades; recuperar la alegría del encuentro con otros y la experiencia comunitaria, evitando riesgos asociados a la soledad (grupos violentos, adicciones, depresiones…).

Son niños, adolescentes, jóvenes. Han de vivir experiencias de su edad que permitan hacer amistades, disfrutar de la vida, coger carrerilla en algunas de sus posibles lagunas; y de forma indirecta ayudarles a sanar sus posibles heridas y descubrir o recuperar su sentido existencial. Facilitar dentro del colegio y en el exterior, a través del trabajo en red con otras entidades (v. figura 5)       

También es importante facilitar a las familias. No sólo informarles e invitarles, sino darles importancia frente a sus hijos. Promover la cohesión familiar, la valoración de los vínculos, la transmisión de sus valores y conocimientos.

Cuando le preguntamos a Marie Rose Moro, experta en el tema, sobre qué nos podía decir a las escuelas, nos dijo: Aceptar que son niños, no alumnos, y respetar y valorar la sabiduría de sus padres. Lo demás se va dando. La mayoría de estos alumnos nos dicen que el quid ha estado en sus maestros y compañeros. Al final, va a ser verdad que Educar es cosa del corazón.

EQUIPO DE ORIENTACIÓN
Equipo de Orientación Inspectoría Salesiana Santiago el Mayor

Bibliografía

Abstract

In the integration of immigrant students in the school environment, it is important to highlight the significance of welcoming, supporting, and facilitating their academic and social development. A transcultural approach is proposed that values diversity as a source of enrichment, emphasizing the essential role of educators and schools in creating an inclusive and supportive environment. We need to break down barriers, understand each student’s background, and ease their integration and well-being process.

 

 

[1]«Cuando hablamos de mirada transcultural nos referimos a que cuando atendemos a personas de otras culturas, culturas alejadas de la nuestra, tenemos que tener en cuenta que la manera de percibir el mundo, las creencias, los valores, los rituales e incluso el propio concepto de lo que significa la salud o la enfermedad, puede variar. La mayoría de los profesionales, en nuestro país, procedemos de una cultura occidental, de tradición judeocristiana, con unos valores concretos que pueden ser totalmente diferentes de la persona que tenemos delante. Normalmente ni nos planteamos qué aspectos de nuestros pensamientos, creencias, maneras de hacer, están mediatizados por nuestra propia cultura, no somos conscientes. En ese diálogo que establecemos con las personas de otras culturas, tenemos que construir entre los dos, explorar, negociar y no dar por sentado las cosas. Se trata de aplicar esta mirada abierta para, desde el respeto, encontrar la mejor solución a la situación que estemos gestionando sin intentar imponer soluciones que estén pensadas para una población de tradición occidental».  Osorio Y. (2024)  La mirada transcultural es necesaria en la atención a la salud mental. www.som360.com

[2]Programme for International Student Assessment (Pisa 2018)

[3] Booth, T. and Ainscow, M. (2011) Guía para la Educación Inclusiva: Desarrollando el aprendizaje y la participación en los centros escolares, Edición habla hispana  FUHEM – OEI

[4]“Para Achotegui (2017), existen hasta siete clases de duelos relacionados con la inmigración: la familia, la lengua, la cultura, la tierra, el estatus social, el grupo de pertenencia y los riesgos físicos. Estos duelos se producirían, en mayor o menor grado en la totalidad de los procesos migratorios, aunque como es evidente, no es lo mismo vivir la migración en unas condiciones correctas (se produciría un duelo simple) que emigrar en situaciones que podemos denominar límite (llegando a presentarse un duelo extremo), […] Fernández, Domínguez y Miralles Revista de Estudios en Seguridad Internacional, Vol. 6, No. 1, (2020), pp. 101-117. DOI: http://dx.doi.org/10.18847/1.11.7

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