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“El universo no está hecho de átomos,
está hecho de historias”

Muriel Rukeyser

Cierra los ojos un momento y piensa en aquellos alumnos de nuestros colegios y aulas que son “diferentes”. Ahora trae a tu mente la palabra “inmigrante” y mantén los ojos cerrados. Reflexiona sobre lo que te viene a la mente: ¿has visto una imagen?, ¿el rostro de alguna persona?, ¿alguna palabra o frase que recuerdas?, ¿quizá una cifra o una foto?, ¿las últimas escenas de violencia en las noticias?, ¿o tal vez un turista en un destino vacacional, un diplomático o una patera que apareció en la portada de hoy de un periódico?

Esto es solo una pequeña muestra de la realidad que se oculta debajo de la superficie: separaciones de familias, dolorosas razones económicas o sociales, solicitudes de asilo político, desafíos personales o necesidades urgentes, cambios de destino profesional, viajes donde se juegan la vida en balsas o en autobuses europeos. Es una lista interminable. Si profundizamos un poco más y exploramos nuestro propio árbol genealógico, encontraremos que nuestra rama proviene de un ancestro inmigrante que un día decidió embarcarse en un viaje crucial hacia España. Las migraciones aportan sabor a la vida, la diversidad cultural nos enriquece con nuevos elementos y el viaje de nuestros antepasados nos trae más historias y más vida.

En cualquier rincón de nuestra geografía y, por supuesto, en nuestras aulas, el paisaje social se sigue transformando y enriqueciendo. Vemos rostros de nuestros alumnos con nuevos rasgos, trabajadores con diferentes gustos, festividades en otros calendarios… Es inevitable y necesario que los cambios en la sociedad española se reflejen de manera clara en la escuela. Las estadísticas pueden ofrecernos una visión general de la situación, pero los números por sí solos no nos permiten entender profundamente la realidad. La verdadera comprensión de la diversidad y de los desafíos que enfrentan nuestros alumnos requiere más que datos; necesita empatía, diálogo y una mirada profundamente humana que vaya más allá de lo cuantificable. 

Vivir todos estos cambios en la sociedad implica también renovar los principios de nuestra educación. En pleno siglo XXI es necesario que sigamos haciendo el esfuerzo de transformar los ámbitos educativos en comunidades inclusivas, donde todo alumno tiene cabida. Haciendo gala de la autonomía en las actuaciones de los centros escolares, y provistos de los recursos adecuados, renovamos nuestro compromiso para que todos los alumnos, al igual que todas las personas, en pie de igualdad, sean acogidos y reconocidos. Para ello, es indispensable seguir nutriendo a los educadores y centros de los medios y planes necesarios para enseñar a convivir en sociedades constituidas por ciudadanos de diferentes culturas. Aunque ésta es sólo una parte de las innovaciones necesarias, ¿cómo enseñar en el mismo aula a alumnos con diferentes lenguas maternas?, ¿cómo sembrar la convivencia pacífica y desterrar los prejuicios racistas de nuestras escuelas? o ¿qué ocurre cuando un alumno ingresa a mitad de año y viene de otro país diferente?

En los colegios católicos, la inclusión del alumnado inmigrante no es solo una tarea pedagógica, sino un reflejo profundo de nuestra esencia. Aquí cabemos todos, sin distinciones. Creemos en una escuela global, donde la diversidad cultural se celebra como una fuente de enriquecimiento mutuo. Junto con cada alumno podemos construir puentes de cuidado y comprensión que nos permitan caminar como una sola comunidad, diversa pero unida. 

Estamos hechos de historias. Escuchemos las historias de nuestros alumnos y hagámosles una simple pregunta: “¿Cómo estás y cómo es el lugar de dónde vienes?” Porque con el otro descubro y aprendo mi verdadera esencia. Hagamos historias junto con otros.

IRENE ARRIMADAS
educadores@escuelascatolicas.com

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