El vínculo que contiene

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Cuando ocurren cosas que nos generan miedo e incertidumbre, aparece la ansiedad y el bienestar emocional se ve amenazado. Hay un equilibrio que se descompensa.

El mundo ha vivido en los últimos meses, y aún vive, algo que ha amenazado y debilitado nuestro bienestar emocional: la pandemia.

Ante esta situación, el mundo educativo y sanitario, entre otros, han sido los que han cuidado del bienestar emocional del mundo, algo simple frente a algo tan complejo. Han dado esperanza, han cuidado de que hubiera continuidad de alguna manera, han recuperado un sentido humano de solidaridad, de contacto con lo esencial… y también han sufrido en este proceso de contener la ansiedad del resto.

Pero no solo es culpa de la pandemia. Esta falta de bienestar a menudo viene de una sociedad donde con frecuencia tenemos la percepción de no estar donde queríamos estar, no ser lo que queríamos ser; una sociedad que ha comprado la cultura del ego, del individualismo, por encima de la fuerza de lo colectivo.

De ahí que cada vez más voces nos hablan de la necesidad de pasar del ego al eco (Western, Sharmer, Sinek), como la forma de recuperar el bienestar emocional y el sentido, basándose en una forma colectiva de construirlo.  Así, no podemos hablar de bienestar individual, sino que el bienestar emocional ha de comprenderse como un bienestar colectivo, donde la “ecología” cobra una dimensión trascendente de sabiduría colectiva.

El papa Francisco, en su Mensaje para el Pacto Educativo Global, nos habla de cómo “la educación afronta la llamada rapidación que encarcela la existencia en el vórtice de la velocidad tecnológica y digital”. Nos alerta del riesgo de que el ser humano, en la prisa, pierda su identidad. El riesgo es que se desintegre nuestra estructura psicológica y, por tanto, nuestro bienestar interno, ante esta velocidad de cambio constante que contrasta con “la natural lentitud de la evolución biológica” (Carta Enc. Laudato si’, 18). Por ello, nos invita a educar personas que dediquen tiempo pausado a la escucha, el diálogo y la reflexión.

Además, en el mundo educativo, son muchos los aspectos que minan el bienestar emocional. En los últimos años, acompañando claustros y equipos directivos, hemos visto muchos profesores y equipos infelices.

El mundo educativo, preocupado por su propia supervivencia, por adaptarse a los cambios, ha vivido procesos complejos de innovación, vive el temor de la disminución de la natalidad, afronta reformas legislativas, cambios en las instituciones educativas (la escuela concertada, principalmente) con procesos de relevo en los equipos titulares, complejidad cada vez mayor en la estructura social y familiar, síndromes y dificultades cada vez más complejas en los niños y adolescentes… Es en este contexto tan complejo en el que nos planteamos construir bienestar emocional; es el momento de volver a lo esencial.

Cuando hablamos de bienestar emocional no es- tamos hablando de inteligencia emocional. Este es un campo sobre el que se ha escrito mucho, y en algunos aspectos se ha avanzado… pero el bienestar emocional, en nuestra opinión, habla de algo más amplio.

Hace décadas ya, Freud nos daba una visión sencilla del bienestar emocional (la salud mental), definiéndolo como la capacidad de amar, trabajar creativamente y sentirse pleno. Se borra la diferencia entre trabajo y disfrute. Ampliándolo a los diferentes aspectos del mundo educativo, se borra la diferencia entre aprender y disfrutar, educar y  disfrutar, ser padres y disfrutar…

Así, en este momento, entre las innumerables definiciones que podemos encontrar, nos atrevemos a compartir nuestra propia definición de bienestar emocional, como un estado de equilibrio y plenitud consciente, de conexión profunda con uno mismo, con los demás y con nuestro entorno, que nos permite abordar con serenidad y sentido las cuestiones de la vida.

En nuestra definición, subyacen algunas ideas fundamentales:

  El estado consciente del ser humano recupera su conexión con lo esencial: conexión con uno mismo; conexión con su fuente del ser (sean cuales sean sus creencias); y conexión con los demás, conscientes de que somos uno con el entorno en el que vivimos: naturaleza, barrio, pueblo, país, Este  despertar de la conciencia nos conecta con la capacidad de construir bienestar de forma colectiva.

Es una invitación a que nuestras comunidades educativas sean realmente espacios de gente despierta, alerta, conectada con el sentido de la vida, con un propósito individual que anida en un propósito colectivo. Simon Sinek nos habla de que, cuando vivimos conectados con nuestro propósito vital y este anida en un propósito colectivo, realmente nos sentimos plenos. Quizás leyendo estas letras pensemos: “esto ya lo hacemos, somos los que estamos haciendo  esto  en  el  mundo  educativo”.  En  nuestra  experiencia  acompañando  claustros y equipos directivos, a menudo somos testigos de la desconexión entre este propósito y las personas que forman la comunidad educativa, lo que amenaza el bienestar colectivo.

  El individualismo y el éxito del ego se nos han colado en las escuelas, promoviendo las capacidades individuales, la competitividad, las Aunque en nuestros idearios predicamos lo contrario, vivimos en un permanente “mi asignatura, mi clase, mi etapa, mi colegio, mis padres, mis niños, mi equipo…”. Laloux comenta en su libro Reinventando las Organizaciones cómo “ante sucesos perturbadores, el ego toma el mando para sentirnos seguros, pero el coste es la s1eparación, y una vida dirigida desde el miedo, en lugar de la confianza, el amor y la aceptación”. Laloux nos lleva a revisar permanentemente desde dónde decidimos o diseñamos nuestros currículos o nuestros planes de innovación: desde el amor o desde el miedo.

El “ego-liderazgo” nos ha vendido la idea de un liderazgo individual que nos llevará al éxito y al bienestar. Pero  el  ego  como  centro es un mundo dominado por el miedo a perder.

Por otro lado, el “eco-liderazgo” (Western, Sharmer) o la “eco-sofía”  (Panikkar)  nos abren a un mundo de posibilidades donde la confianza en la sabiduría colectiva y la visión amorosa del mundo son las que nos generan el bienestar ansiado, no como fin último, sino como proceso de vida, en el que el bienestar no   puede   ser   individual,   sino   colectivo.

El bienestar emocional no es algo que “me proporcionan”. El bienestar emocional se construye en comunidad. Todos somos agentes activos de ese Así emerge un mundo educativo responsable de crear una comunidad donde los niños y adolescentes encuentren su propósito y su sentido de la vida, donde los adultos en su labor docente también se sientan conectados con su propósito individual y colectivo, todos enfocados a la tarea de encontrar su lugar en el mundo. Así, la comunidad donde se construye bienestar emocional brinda un ejemplo de sociedad a los alumnos y les hace fuertes para abordar con serenidad lo que acontece.

A menudo nos han vendido la idea de que, si cada individuo desarrolla inteligencia emocional, ya tendremos bienestar. Un aula donde se trabaja la inteligencia emocional da un primer paso, pero el bienestar emocional es algo más sistémico, que encuadra esta aula en una comunidad que a su vez vive en un ecosistema o entorno específico que habita en este mundo. Es decir, no podemos reducir el bienestar a la capacidad individual de manejar sus emociones. Los grupos a menudo muestran síntomas que achacamos a comportamientos individuales y, sin embargo, esos comportamientos son solo, en muchas ocasiones, un síntoma de algo grupal, de algo sistémico del centro, del pueblo, del país, del planeta. De nuevo emerge la idea del bienestar colectivo.

En este punto, la pregunta importante es ¿y cuánto tiempo nos atrevemos a dedicar específicamente a construir bienestar emocional? (No hablamos de espacios informales de encuentro, sino de espacios incluidos en la programación, tanto en las aulas como en los propios claustros y equipos directivos.) ¿De qué forma nuestras estructuras, currículo, etc. reflejan esto con valentía?

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Los seres humanos somos seres sociales  que nos desarrollamos a partir de los vínculos que establecemos. Queremos recoger en este artículo, en relación al bienestar emocional, una cualidad muy importante del vínculo, que es la capacidad de contención (Bion, 1997). Los niños crecen emocionalmente en un contexto en el que los adultos que los cuidan se hacen cargo de contener y transformar los miedos y ansiedades que invaden su mundo emocional en cada etapa, y bloquean su capacidad de pensar y de aprender.

Contener quiere decir recoger, identificar, abrir espacio en la relación para nombrar las emociones, dentro de un vínculo que es sentido como seguro. Y transformar quiere decir devolver al niño calma, tranquilidad, esperanza, la sensación de que las emociones y los miedos son manejables, que se pueden digerir (Symington, 2019).

El bienestar emocional no se construye con charlas que se imparten, sino que necesita de la experiencia emocional generada en el aquí y ahora del aula, nace del vínculo que cada docente construye con su grupo. Esto requiere de un equilibrio entre la autoridad que transmite el docente (que construye un espacio sentido como seguro por los niños), y su capacidad para ofrecer contención a las emociones de sus alumnos, su capacidad para saber conectar las conductas con las motivaciones que se dan por debajo de la superficie.

Cuando hablamos de bienestar emocional, hablamos también del propio bienestar de los docentes y de la comunidad educativa en general. Solo los docentes que se sienten bien pueden ayudar a los niños a sentirse bien. Es difícil pensar en profesores desesperanzados, abrumados por emociones conflictivas, desbordados de ansiedad, que no encuentran la manera de gestionar su propio mundo emocional, ayudando a sus alumnos a gestionar el suyo.

En este sentido, el vínculo que contiene sigue siendo el motor del crecimiento cuando hablamos también de relaciones entre adultos o grupos humanos. Partimos de la idea de que de arriba abajo del centro debe darse en cascada un proceso de contención, de cuidado, de manera que los alumnos se sienten contenidos por el claustro, el claustro se siente contenido por el equipo directivo, el equipo directivo se siente a su vez contenido por el equipo titular.

¿Y esto cómo se hace? A través de relaciones internas de acompañamiento: equipos que generan una experiencia grupal transformadora que ofrece contención a las ansiedades y tensiones cotidianas que surgen en cada momento. Por ejemplo, durante la pandemia hemos acompañado a muchos equipos en esta tarea de abrir espacios en la vida del centro para dar contención a la incertidumbre y al miedo, con espacios estructurados de digestión de esta experiencia emocional.

En otros momentos, el acompañamiento se ha centrado en transformar las emociones y ansiedades de los equipos en relación a cambios metodológicos o a cambios organizacionales, fusiones entre centros, relevo institucional, etc.

Son los propios equipos los que han de integrar esta función transformadora de la experiencia emocional, como decíamos, en cascada, de arriba abajo, porque es esta tarea la que cuida del bienestar emocional de todos.

El resultado es que cuando se generan estructuras seguras donde poder hablar colectivamente de lo difícil, el miedo se calma, queda contenido, sin ser proyectado hacia fuera en forma de tensión o conflictos.

Como dice Symington, la experiencia compartida es la principal medicina para el bienestar emocional. Los niños internalizan esto a partir de la experiencia vivida.

Se respira un ambiente de bienestar diferente en los centros donde vemos que estos espacios se han incorporado de manera habitual a su forma de trabajar (tanto adultos como niños), no solo en respuesta a las situaciones de crisis sino como forma de construir el bienestar desde este vínculo de contención, en contraposición con los centros donde incluso las tutorías se planifican desde el día uno del curso bloqueando la posibilidad de construir bienestar de forma cotidiana,  quizás por miedo a no saber abordar lo que emerja.

Hablamos de organizaciones que tienen la valentía de preservar espacios de contención, prestando atención a lo que tiene lugar “por debajo de la superficie” (Obholzer) en todo momento, confiando en la capacidad del grupo para construir ese bienestar (aula, reuniones profesionales, equipos, reuniones con padres, etc.).

En este artículo traemos dos espacios que cristalizan estas ideas. Ambas recuperan  ese ritmo más lento, cocinado a fuego lento. Nosotras los llamamos espacios azules, porque oxigenan, dan ligereza como el aire al respirar. Estos  dos  espacios  atienden a tres principios:

Elevar el nivel de conciencia para vivir más despiertos y conectados con noso- tros mismos y con los demás.

Construir vínculos fuertes entre las personas que constituyen los grupos humanos con el fin de desarrollar un sentimiento profundo de comunidad.

Generar espacios sociales estructurados que recogen la tensión, la ansiedad, in- herente a las relaciones y a la vida, para desarrollar grupos más maduros, que aprenden a no quedarse atrapados en sus emociones, y que ejerzan influencia para desarrollar un mundo mejor.

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Una forma de espacio azul son los “Círculos de Conexión” (López y Valls, 2020). Es una metodología grupal de trabajo emocional basada en la filosofía restaurativa creada por el Instituto Internacional de Prácticas Restaurativas, que facilita experiencias muy ricas de cohesión, reparación y contención emocional.

Permiten, con unas reglas muy sencillas, crear espacios seguros, sin juicio, donde cada integrante siente que puede expresarse libremente y ser tenido en cuenta.

En ellos se invita a sus miembros a responder por turno a una serie de preguntas que indaguen sobre la experiencia vital del tema que se quiera abordar. Es un trabajo consciente individual y, al tiempo, colectivo.

Una persona facilita el espacio: se hace responsable de cuidar la estructura y ofrecer las preguntas que ayudan a conectarse con uno mismo y con los demás, generando un espacio de auténtica escucha y comprensión.

Los círculos ayudan a verbalizar la experiencia de cada uno en relación a situaciones vividas por todos, permitiendo la revisión de la vivencia grupal al ayudar a poner luz sobre las cuestiones que se dan habitualmente por debajo de la superficie.

Es una estructura que ayuda a generar un sentimiento muy fuerte de comunidad, reparación y aprendizaje colectivo, y que contribuye de manera muy directa al bienestar emocional de todos.

Otra forma de espacio azul en la que creemos para lograr el bienestar emocional es la meditación en grupo.

En palabras de Pablo D’Ors, “la meditación como práctica de silenciamiento, unida al ejercicio lento de lo cotidiano –aprender a vivir más lentamente–, son ‘caminos hacia la plenitud y la consciencia’”.

Como apunta X. Melloni, “esta sociedad arreligiosa se está dando cuenta de que hay una dimensión de trascendencia en el ser humano que no podemos eliminar porque entonces dejamos de ser humanos”.

La meditación emerge de nuevo con fuerza, sin distinción de religiones ni culturas, simplemente como una forma de ser, de dar sentido, de crear un vínculo profundo que contiene. Representa una forma renovada y atractiva frente a las formas ya gastadas que la historia nos trae, que cada vez convocan a menos personas y nos dejan vacíos.

Así, estos espacios azules crean ese equilibrio consciente de conexión profunda que llamamos bienestar emocional.

CORAL LÓPEZ
CARMEN VALLS BALLESTEROS

Co-fundadoras de la Escuela de Coaching Educativo en DOCE, S.I.
Tutoras del Programa «Experto en Habilidades de Coaching Educativo»
de Escuelas Católicas

Bibliografía

Bion, W. (1997). Aprendiendo de la experiencia. Barcelona: Paidós Ibérica.

Laloux, F. (2015). Reinventar las organizaciones. Barcelona: Arpa y Alfil Editores.

López, C., Valls, C. (2020). Aprender a preguntar. Madrid: SM.

Obholzer, A. et al. (2004). Working below the surface. The emotional life of contemporary organizations. Londres: Routledge.

Sharmer, O. (2015). Liderar desde el futuro emergente. Barcelona: Elethferia.

Sinek, S. (2010) How great leaders inspireaction [Vídeo]. Accesible en https://www.ted.com/talks/ simon_sinek_how_great_leaders_inspire_action

Papa Francisco (2019). Mensaje para el Pacto Educativo Global.

Symington, N. (2019). The growth of mind. Londres: Routledge.

Abstract

It is not only the pandemic that is to blame for the growing lack of wellbeing today. As change accelerates, we are losing our identity and our society has embraced a culture of the individual over the collective. In an urge to move from the ego to the eco, coaches López and Valls invite us to reconnect not only with our true selves and our life purpose, but also with our responsibility of fostering collective wellbeing as parts of an ecosystem. Wellbeing arises not from theoretical ideas, but from the connections between us, especially when the connection offers containment and a feeling of calm. How, then, can teachers inspire wellbeing if they are feeling overwhelmed and stressed? Coaching and accompaniment are suggested as keys to a shared experience that can increase our collective wellbeing, and the authors put forward the idea of “blue spaces” where we can raise our levels of consciousness, connection and contention.

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