l bienestar del alumnado y el profesorado ha estado, en los últimos años, en el centro del debate y, aunque aún queda un largo camino por recorrer, sabemos que debería ser una prioridad en las políticas educativas. Entre otras iniciativas, el informe El futuro de la educación y las habilidades – Educación 2030 (OCDE, 2018) pone de manifiesto que, aunque pueden coexistir distintas visiones acerca del futuro que queremos, el bienestar de la sociedad es un destino compartido. En este artículo comenzaremos por definir el concepto de bienestar y dar algunas razones por las cuales el bienestar de la comunidad educativa es una prioridad. Seguidamente, y admitiendo que el objetivo de todo proyecto educativo es propiciar el desarrollo del alumnado, argumentaremos que es fundamental comenzar por el profesorado. Asimismo, nos referiremos al coaching como estrategia de acompañamiento. Finalmente, sugeriremos algunas actividades que docentes y equipos directivos pueden tomar en consideración. El objetivo es animar a la reflexión y el debate acerca de un tema ineludible.

 

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Bienestar, según la definición de la Sociedad Americana de Psicología (APA, 2020) es un “estado de felicidad y satisfacción, con niveles bajos de aflicción. Un estado general de salud física y mental satisfactorio”. El bienestar tiene diversos componentes, entre ellos, físico, emocional, psicológico y social, y como tal se entiende en algunas de las propuestas más recientes (Department of Education, 2021; OCDE, 2018). Diversas investigaciones (Morrison Gutman y Vorhaus, 2012; Split, Koomen y Thijs, 2011; White y Kern, 2018, entre otras) ponen de manifiesto el impacto de un mayor o menor bienestar en el aprendizaje del alumnado y el desarrollo profesional de los docentes.

Pero, ¿por qué es necesario ocuparse del bienestar de la comunidad educativa? Entre otras razones, porque según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2019) entre el 10% y el 20% de los jóvenes, a nivel mundial, ha sido diagnosticado con problemas de salud mental. Es importante observar que esta estadística es previa a la COVID-19 y se refiere solo a los casos diagnosticados, por lo que las cifras deberían ser aún mayores. Un informe más reciente (OMS, 2020) indica que la mitad de los problemas de salud mental comienzan a los 14 años o antes, pero en la mayoría de los casos ni se detectan ni se tratan, y que el suicidio es la cuarta causa de muerte entre jóvenes de 15 a 19 años. Tomando en consideración estas y otras estadísticas, no es de extrañar que distintas organizaciones internacionales estén introduciendo estrategias y programas de bienestar, no solo para reducir estas cifras sino también, y muy especialmente, como medida de prevención. Entre otras organizaciones, la UNESCO ha introducido una estrategia de educación para la salud y el bienestar[1] y la Organización Mundial de la Salud creó un plan de salud mental para el período 2013-2020[2], recientemente extendido hasta 2030. Si nos referimos al profesorado, las estadísticas no son mucho más optimistas. Así, por ejemplo, algunos estudios realizados en el Reino Unido señalan que un 62% del profesorado declara sufrir estrés relacionado con su profesión y un 31% de los docentes ha experimentado algún problema de salud mental en el último año (Education Support, 2020). En España, un informe del Defensor del Profesor[3] destaca que en torno al 15% de docentes han requerido ayuda por motivos de salud mental, y que son muchos más los que, a pesar de sufrir ansiedad, estrés o depresión, no buscan apoyo.

Más allá de los programas de la UNESCO y la OMS antes mencionados, el informe de la OCDE (2018) es una llamada de atención sobre la necesidad de integrar el bienestar como objetivo en el ámbito educativo. El enfoque de la propuesta se resume en lo que se ha denominado la Brújula del aprendizaje 2030, que señala los conocimientos, habilidades, actitudes y valores que los estudiantes necesitan para alcanzar su potencial y contribuir al desarrollo del bienestar en y más allá de sus comunidades (véase figura 1).

Pero ¿cómo promover el bienestar en los centros educativos? Una mirada a la situación internacional permite advertir que hay muchas maneras de hacerlo. Desde la apuesta del gobierno de Bután[4] por promover el bienestar a nivel nacional, haciendo de la felicidad una prioridad reconocida en la constitución y desarrollando numerosos programas escolares, a los diversos enfoques de educación positiva, especialmente en Australia, son muchos los países que, en mayor o menor medida, han incluido o empiezan a incluir iniciativas y programas en las escuelas.

 

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La mayoría de los programas que promueven el bienestar en las escuelas, incluida la propuesta de la OCDE (2018) centran su atención en el alumnado. Al hacerlo, se supone que los docentes serán los encargados de desarrollar y llevar a cabo estos programas. Esto, que en principio puede parecer viable, no tiene en cuenta un factor esencial: el bienestar del profesorado. Y es que, si bien es cierto que el fin último de la educación es contribuir al desarrollo intelectual, personal y social de los estudiantes, cuando el énfasis se limita a ellos, se olvida que para que los docentes puedan realizar esta encomiable tarea, es fundamental cuidar, como medida prioritaria, de su  propio bienestar. Después de todo, difícilmente podremos ayudar a otras personas a desarrollar su bienestar si primero no cuidamos del nuestro.

Hasta el momento se han llevado a cabo algunas iniciativas en este sentido. Por ejemplo, algunos centros de formación del profesorado ofrecen cursos en temas relacionados con el que nos ocupa y el INTEF ha ofrecido dos ediciones del curso Habilidades para la vida y alfabetización emocional en contextos educativos, en los que se centra la mirada en el desarrollo personal del profesorado como parte esencial de su desarrollo profesional. Si bien estas acciones son un punto de partida, no son suficientes para promover cambios que, en general, requieren de procesos continuados en el tiempo. Es aquí donde el coaching se convierte en una estrategia de gran valor.

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Tanto en las escuelas como en los centros de trabajo, los cursos de formación se han considerado tradicionalmente como la solución más eficaz para el desarrollo profesional. Sin embargo, algunas investigaciones han puesto de manifiesto las limitaciones de los mismos. Una investigación reciente, llevada a cabo por William Fleming, profesor de la Universidad de Cambridge, en la que se recogieron datos de 26.471 empleados, llegó a la conclusión de que muchas de las iniciativas para promover el bienestar y la regulación del estrés, tales como cursos de resiliencia, inteligencia emocional o mindfulness, no tenían ningún efecto en la salud mental y el bienestar de los empleados. El problema radica, como sugiere Kot[5] en que, sin refuerzo, al cabo de un año los empleados retienen solo el 35% de lo aprendido y difícilmente desarrollan nuevas habilidades. Aunque los cursos de formación son un excelente primer paso, no son más que el “comienzo del viaje”. Cuando los cursos de formación son seguidos por procesos de coaching, se ha podido observar que los aprendizajes no solo se mantienen, sino que se aplican en contextos reales.

Pero ¿qué es el coaching? En pocas palabras, es un proceso que tiene como finalidad promover el bienestar y la mejora en el desempeño del alumnado y el profesorado. Aunque existen diversos modelos de coaching, en todos ellos se entiende que el coach no es un experto –y por tanto no da consejos– sino un facilitador de aprendizaje. Según Whitmore (1992), el coaching es un método en el que, a través de conversaciones, se ayuda a individuos o grupos a pensar por sí mismos, a encontrar sus propias respuestas, en otras palabras, se trata de “liberar el potencial de una persona para incrementar al máximo su desempeño. Consiste en ayudarle a aprender en lugar de enseñarle”. Existe, por tanto, una gran diferencia entre enseñar a un docente conceptos y estrategias para desarrollar su bienestar (y eventualmente el de su alumnado) y ayudarle a aprender. Y es aquí donde el acompañamiento a través de procesos de coaching puede potenciar cambios duraderos. Asimismo, el coaching es no-directivo. Se trata de ayudar a las personas a encontrar sus propias soluciones en lugar de darles consejos, decirles qué hacer o intentar resolver sus problemas. En este sentido, la perspectiva del coaching conecta bien con los intentos de las escuelas de propiciar una educación basada en el “aprender a aprender”.

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Las maneras de implementar el coaching en las escuelas son diversas, siendo las más sostenibles la formación de algunos docentes en habilidades del coaching para que ellos mismos puedan ofrecer estas conversaciones a otros docentes, o la formación de todo el claustro para posibilitar procesos de coaching entre pares. A través de estas formaciones, no se pretende que los docentes se conviertan en coaches (a pesar de la “moda” del coaching y de la oferta de muchas academias privadas que prometen convertirse en coach profesional en horas o días de preparación, el coaching se ha convertido en una disciplina basada en evidencias científicas y en una intervención que, para ser aplicada adecuadamente, requiere de años de estudio y práctica profesional), sino que desarrollen habilidades que les permitan mantener conversaciones más efectivas. Estas conversaciones “al estilo del coaching” son muy poderosas y, a menudo, medios subestimados de promover la mejora de la enseñanza, el aprendizaje y las relaciones en las escuelas. Son conversaciones que difieren de las típicas conversaciones informales que mantenemos en los pasillos o las salas de profesores. Se trata de conversaciones intencionales, centradas en la otra persona -sus fortalezas y desafíos, y el tema sobre el que necesita debatir– y con un propósito específico, el de estimular el desarrollo y facilitar el cambio. En otras palabras, son conversaciones que promueven la acción.

En general, quien hace las veces de coach es un docente que ha desarrollado habilidades tales como el rapport, la escucha activa, la formulación de preguntas o la capacidad de clarificar y ofrecer feedback. Asimismo, las conversaciones de coaching siguen una determinada estructura con el objetivo de asegurarnos que, al final de la conversación, nuestro interlocutor haya conseguido tener más claridad, haber desarrollado un plan de acción y responsabilizarse del mismo (véase, más adelante, el modelo COACH).

Idealmente, toda conversación de coaching se centra en el objetivo o tema de interés planteado por el coachee. Por ejemplo, un docente puede establecer como objetivo “encontrar estrategias para desarrollar relaciones positivas con sus estudiantes”, lo que, como fin último, ayudaría a reducir el estrés que le produce estar constantemente amenazando con sanciones para conseguir una mejora en el clima de aula. Otro docente puede plantearse la necesidad de reflexionar sobre el equilibrio que él mismo establece entre el trabajo y su vida personal. Tener una meta o un tema específico sobre el que reflexionar ayuda a que la conversación tenga un centro de atención o un objetivo. La conversación de coaching se plantea, entonces, de manera que sirva para ayudar al docente a alcanzar los resultados que se propone.

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Cuando se usa hábilmente y de manera respetuosa, el coaching es una poderosa experiencia de aprendizaje, tanto para quien ofrece como para quien recibe el proceso de coaching. El “buen” coaching se hace desde una perspectiva no crítica, basada en la confianza y el respeto, poniendo énfasis en las fortalezas y los recursos (no en las debilidades o aquello que no se tiene), se centra en soluciones, usa habilidosamente el arte de preguntar para desafiar formas de pensamiento poco profundas, ayuda a las personas a hacerse responsables de su propio proceso de cambio y de las acciones necesarias para alcanzar metas. Algunos de los docentes que han participado en conversaciones de coaching conmigo mencionan beneficios tales como: sentirse valorados y escuchados, pensar con más claridad, identificar prioridades, tener más opciones, ser más creativos en la resolución de problemas o sentirse más seguros de que pueden cambiar.

Entre los enfoques más efectivos y fáciles de comprender y usar por parte del profesorado, se encuentra el enfoque centrado en soluciones. Usado hábilmente, debería ayudar a los docentes a considerar:

              • Qué cambios desean hacer.
              • Cómo van a conseguir ese cambio (acciones y recursos).
              • Para qué quieren ese cambio (beneficios y motivación).

Para guiar la conversación, tal como ya hemos mencionado, debemos utilizar una estructura. Esto es lo que diferencia las conversaciones de coaching de otras conversaciones que solemos tener en las escuelas. Una posible estructura es la conocida por el acrónimo COACH (propuesta por Hook, McPhail y Vass, 2015):

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Las conversaciones “al estilo del coaching” (es decir, aquellas en las que se usan las habilidades y estructuras mencionadas), uno a uno o en grupo, pueden ayudarnos a definir los primeros pasos para establecer acciones o programas que favorezcan el bienestar de docentes y estudiantes. Tal como hemos explicado, hoy más que nunca parece fundamental definir iniciativas y estrategias para apoyar la salud mental y el desarrollo del bienestar de toda la comunidad educativa. Aunque cada centro es diferente, y no podemos pretender que la misma talla valga para todos, finalizamos este artículo proponiendo seis sencillas estrategias que se pueden poner en marcha fácilmente.


Programar una semana del bienestar en la escuela puede ser una buena manera de llamar la atención sobre la importancia de cuidar de nosotros y de los otros. Además de realizar actividades específicas, será una oportunidad para proporcionar a alumnos, padres y otros miembros de la comunidad educativa recursos de utilidad.

Existen muchas maneras de integrar temas relacionados con el bienestar en el currículum, especialmente en asignaturas como Lengua, Educación Física o Artes. Estas asignaturas pueden resultar útiles a la hora de procesar emociones y experiencias a través de la escritura, la creación de proyectos compartidos o la interacción que requiere, por ejemplo, la práctica de deportes en grupo.

Otra manera de fomentar la conciencia del bienestar y la necesidad de promover la salud mental en las escuelas es a través de boletines de noticias impresos o virtuales en los que los estudiantes puedan intercambiar información, compartir experiencias u ofrecer consejos.

Algunas investigaciones sugieren que el mindfulness tiene un impacto profundo en nuestro bienestar, reduciendo el estrés o la ansiedad, mejorando la atención y la memoria o fomentando mejores relaciones y reduciendo el malestar físico o emocional. Introducir sesiones de cinco minutos de mindfulness al comienzo o final de la jornada puede beneficiar tanto a docentes como a estudiantes.

Existen numerosas intervenciones de psicología positiva cuya eficacia ha sido probada en diferentes investigaciones. Entre ellas, algunas que muestran los efectos positivos de la amabilidad (Otake et al., 2006). En una escuela en la que trabajé en un programa de educación positiva, se propusieron celebrar la semana de la amabilidad. Entre otras actividades, invitaban a los alumnos a llevar a cabo actos aleatorios de amabilidad (por ejemplo, dejar pasar a un compañero, o compartir la merienda, o ayudar desinteresadamente a completar una tarea) y a registrar esos actos en un mural compartido en el que todos podían aportar y aprender de los otros.

Otra intervención de psicología positiva que mejora nuestro ánimo es reconocer cada día aquello que ha ido bien. Todo lo que se necesita es una jarra, trocitos de papel y bolígrafos. Como parte de la rutina de cada mañana, o al final de cada jornada, podemos pedir a los estudiantes que apunten algo que ha ido bien y pongan su papel en la jarra. Al final de la semana podremos leer y compartir algunas de las cosas por las que nos hemos sentido agradecidos.

Antes hemos mencionado los innumerables beneficios de desarrollar habilidades del coaching que pueden ser utilizadas en conversaciones informales y formales. Entre estas habilidades, queremos destacar la de la escucha, puesto que proporciona innumerables beneficios, entre ellos, crear mejores relaciones, ayudar a la persona a quien escuchamos a sentirse valorada y a organizar sus ideas, incentivar el respeto, establecer una cultura de comunicación o facilitar la resolución de conflictos. Desde la escuela, podemos hacer mucho para fomentar la escucha. En otra publicación hemos escrito que “en nuestra experiencia trabajando con docentes (y también con alumnos y alumnas de todas las edades) es fácil observar la dificultad para guardar silencio y escuchar a los demás hasta el final, sin intervenir, sin aportar ideas o comentar algo sobre la propia experiencia, sin completar frases o rellenar los huecos con palabras que al otro le cuesta encontrar. […] Un requisito en la escucha activa es ‘vaciar’ nuestra mente e intentar ‘dejar pasar’ nuestras propias ideas (generalmente conexiones que establecemos con nuestras propias experiencias, juicios ante lo que estamos escuchando, sugerencias que querríamos aportar, etc.) durante el proceso de escucha».

El desarrollo del bienestar en la comunidad educativa involucra a todas las partes implicadas y requiere del trabajo conjunto del equipo directivo, los docentes, padres, estudiantes y la comunidad. Los estudiantes son, sin duda, la razón de ser de nuestro trabajo, y nuestra prioridad es ayudarles a desarrollar su propio bienestar. Sin embargo, difícilmente podremos hacerlo si no empezamos por nosotros mismos, los docentes. Es a través de nuestro propio proceso de autoconocimiento, reflexión y desarrollo personal, que podremos ayudar a los otros a conseguirlo. En ese proceso, las conversaciones al estilo del coaching pueden ser una herramienta muy valiosa. Por ello, puede ser de ayuda que los centros propongan mecanismos que posibiliten la formación y el desarrollo de estas habilidades, propiciando así conversaciones de calidad que puedan transformar las escuelas a través del diálogo y el respeto mutuo.

[1] UNESCO (2016). UNESCO strategy on Education for health and wellbeing. Contributing to the sustainable development. https://healtheducationresources.unesco.org/library/documents/unesco-trategy-education-healthand-well-being-contributing-sustainable

[2] Organización Mundial de la Salud (2013). Mental health action plan for 2013–2020. Ginebra: Ediciones de la OMS. https://www.who.int/publications/i/item/9789241506021

[3] Sequera Molina, L. (2019). Memoria estatal del defensor del profesor. ANPE. https://eldefensordelprofesor.es/openFile.php?link=documentos/22/informe_defensor_2019_t1574251152_22_a.pdf

[4] Oxford Poverty & Human Development Initiative (2018). Bhutan’s Gross National Happiness Index. OPHD. https://ophi.org.uk/policy/gross-national-happiness-index

[5] Kot, K. (s.f.). Increase effectiveness of your training with coaching. https://enlinea.intef.es/courses/course-v1:INTEF+EduEmocionalMooc+2020_ED2/about https://bacoach.nl/wp-content/uploads/Training-is-just-a-begining.pdf

ANDREA GIRÁLDEZ-HAYES
Scholl of Psycology, University of East London

Bibliografía

Department of Education (2021). Promoting and supporting mental health and wellbeing in schools and colleges. https://www.gov.uk/guidance/ mental-health-and-wellbeing-support-in-schools-and-colleges

Education Support (2020). Teacher wellbeing index. https://www.educationsupport.org.uk/about/ research/teacher-wellbeing-index

Hook, P., McPhail, I. & Vass, A. (2015). Coaching & Reflecting  Pocketbook.  Management  Pocketbooks.

Morrison Gutman, L. & Vorhaus, J. (2012). The Impact of Pupil Behaviour and Wellbeing on Educational Outcomes. Londres: Department of Education. https://assets.publishing.service.gov.uk/ government/uploads/system/uploads/attachment_ data/file/219638/DFE-RR253.pdf

OCDE  (2018).  El  futuro  de  la  educación  y  las habilidades.     Educación     2030.     París:      OECD Publishing.    https://www.oecd.org/education/2030-project/contact/E2030%20Position%20Paper%20 (05.04.2018).pdf

Otake, K., Shimai, S., Tanaka-Matsumi, J. et al. Happy People Become Happier through Kindness: A  Counting  Kindnesses   Intervention.   Journal of Happiness Studies, 7, 361–375 https://doi. org/10.1007/s10902-005-3650-z

Split, J.; Koomen, H. y Thijs, J. (2011). Teacher Wellbeing: The Importance of Teacher–Student Relationships. Educational Psychological Review, 23,  457–477.  https://doi.org/10.1007/s10648-011-9170-y

White, M. & Kern, M. (2018). Positive education: learning and teaching for wellbeing and academic mastery. International Journal of Wellbeing, 8(1), 1-17.

Whitmore, J. (1992). Coaching for Performance. GROWing human potential and purpose. The principles and practice of coaching and leadership. Nicholas Brealey Publishing

Abstract

The term is on everybody’s lips, but is “wellbeing” just a hype? With 10 to 20 percent of young people worldwide diagnosed with mental health issues according to the World Health Organization (many more cases not included in the statistics), and suicide ranking the fourth cause of death among 15 to 19-year-olds, it really is an urgent matter. To address this worrying reality, governments and organisations are launching initiatives to make wellbeing an integral part of education. Even though these programmes target students, they will not be successful without teachers’ wellbeing. Personal development and soft skills are emerging as a part of teacher professional development courses, but research shows that training alone is not enough to thoroughly promote wellbeing and stress reduction in schools, and that coaching is an effective way to improve mental health and wellbeing among teachers and students. In her article, Dr. Andrea Giraldez explains with practical guidance how coaching can be a powerful tool for schools

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