robablemente uno de los aprendizajes más importantes que nos ha dejado la pandemia es que las cosas son más volátiles de lo que parecen. Solo falta “un bicho” imperceptible para cambiar el rumbo de las cosas y afectar todas las estructuras de nuestra vida aun cuando parecen ser totalmente sólidas.

Para muchos de nosotros, esta situación ha sido una llamada de atención que nos ha ayudado a recordar que lo único constante en nuestra vida es que todo cambia y que necesitamos saber cómo afrontar el cambio y tener herramientas para hacerlo.

Puede ser que para nosotros como adultos esto sea algo más llevadero porque a lo largo de nuestra vida hemos podido experimentar situaciones de cambio que nos han enseñado estrategias para afrontarlo. Es más, gracias a esto, hemos tenido la oportunidad de entrenar una de las habilidades más importantes para nuestro bienestar: la resiliencia. Sin embargo, para muchos niños, esta situación ha sido una de las primeras experiencias en las que han tenido que afrontar el cambio y la incertidumbre de una manera radical. ¿Qué efectos ha tenido esto en sus vidas? ¿Cómo ha influido en su bienestar? ¿Qué efectos tendrá en su capacidad de aprendizaje, en su vida emocional y/o social? Las respuestas a estas preguntas las iremos conociendo con mayor claridad a medida que avancen las investigaciones. Por ahora, los resultados de los primeros estudios en este campo muestran un panorama poco alentador.

The Journal of Pediatrics publicó uno de los primeros estudios en los que se evalúan los efectos negativos que ha tenido la pandemia en la salud mental infantil y juvenil. Según los datos del estudio, se observa un incremento significativo en el nivel de dependencia emocional de niños y jóvenes, en sus problemas de atención, su grado de irritabilidad y también en los índices de preocupación excesiva (Jiao, et al., 2020). Estos datos sugieren que la pandemia ha impactado negativamente en el bienestar de niños, niñas y adolescentes.

Está por verse cómo influye e influirá este impacto negativo en el bienestar de los niños para su desempeño en áreas clave de su vida como el aprendizaje. Mientras tanto, es importante que nosotros como profesionales de la educación comprendamos qué es el bienestar mental, qué procesos cognitivos comprende según la evidencia en Neurociencia, cómo se relaciona con el aprendizaje y, sobre todo, qué podemos aportar para mejorar el bienestar de niños y niñas de cara a fortalecer sus procesos de aprendizaje.

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Para comenzar, es importante definir qué entendemos por bienestar mental. De acuerdo con el informe realizado por un consorcio de más de 450 científicos del todo el mundo en el marco del “Proyecto prospectivo para promover el capital y el bienestar mental” (Foresight Mental Capital and Wellbeing Project) publicado en el 2008 en el Reino Unido, el bienestar mental es un estado dinámico en el que tenemos la posibilidad de desarrollar nuestro potencial, ser productivos y creativos, construir relaciones sociales fuertes y satisfactorias y contribuir a nuestra comunidad (por ejemplo, a nuestra familia, aula, colegio, vecindario, etc.).

La evidencia muestra que este estado de bienestar promueve el continuo desarrollo de las personas gracias a que está apoyado por una serie de recursos mentales y emocionales muy particulares. A estos recursos los conocemos como capital mental.

Entre los recursos del capital mental podemos mencionar las habilidades cognitivas, la flexibilidad mental, la eficiencia en el aprendizaje, la inteligencia emocional, las habilidades sociales y la resiliencia.

Estos recursos son los que nos permiten regular nuestras emociones, pensamientos y conductas de manera que podamos alcanzar nuestros objetivos y experimentar la vida que deseamos. En pocas palabras, las habilidades mentales y socioemocionales que desarrollamos a lo largo de nuestra vida nos posibilitan cultivar y disfrutar de un buen estado de bienestar mental.

Gracias a los avances científicos que se han producido en el campo de la neurociencia cognitiva y la neurociencia del desarrollo durante los últimos 20 años, ahora sabemos que existe un grupo de procesos cognitivos que son pilares fundamentales del capital mental. A estos procesos los conocemos como funciones ejecutivas.

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El término “funciones ejecutivas” no es nuevo, de hecho, este grupo de habilidades mentales han venido siendo objeto de investigación durante muchos años y se han venido trabajando ampliamente en el campo de la psicología y la educación. Sin embargo, los avances en el estudio científico de los procesos cognitivos asociados a estas habilidades y sus sustratos cerebrales han permitido tener una comprensión más clara y concreta de qué son y qué no son las funciones ejecutivas.

Anteriormente se consideraba que las funciones ejecutivas eran principalmente los procesos de planificación, razonamiento y organización (entre otros).

Ahora, gracias al acceso que hemos tenido a la “caja negra” del cerebro, sabemos que estos procesos cognitivos superiores se construyen sobre la base de cuatro procesos básicos y fundamentales que constituyen el modelo actual de funciones ejecutivas. Estos procesos son: el control inhibitorio, la memoria de trabajo, la flexibilidad cognitiva y, como proceso transversal a estos tres, la atención (Diamond, 2013).

El control inhibitorio es la habilidad que utilizamos para filtrar y regular nuestros pensamientos, conductas y emociones, necesarios para adaptarnos y responder mejor según las necesidades de nuestros objetivos.

La memoria de trabajo es la habilidad de mantener activa la información en nuestro espacio mental de manera que podamos actualizarla, organizarla, reestructurarla y manipularla. Esta es la habilidad que nos permite trabajar con representaciones abstractas de nuestro mundo concreto y que aporta ese espacio de trabajo mental que posibilita el razonamiento, la planificación y la inteligencia.

La flexibilidad cognitiva es una habilidad más compleja y por esa razón se fundamenta en el trabajo de las habilidades anteriores. La flexibilidad cognitiva implica que podamos monitorizar nuestros pensamientos y acciones con el fin de poder inhibirlos y cambiarlos en el momento en que las demandas de las tareas o el ambiente lo requieran. De esta manera, logramos ser más eficaces a la hora de adaptar nuestros pensamientos, conductas y emociones, de tal forma que podamos afrontar las demandas de nuestra experiencia y lograr nuestros objetivos (Diamond, 2013).

Por último, la atención es una de las habilidades que más está presente en nuestro vocabulario pero que menos comprendemos. Y esto es así porque la atención no es un solo proceso. Gracias a los estudios del Dr. Michael Posner en la rama de la neurociencia cognitiva, ahora sabemos que la atención es un proceso complejo que se fundamenta en la actividad de tres redes atencionales en el cerebro.

Prestar atención requiere que tengamos un nivel de activación adecuado (red de alerta) que nos permita seleccionar la información de nuestro ambiente (red de orientación), para que podamos regular y controlar nuestros pensamientos, conductas y emociones (red de atención ejecutiva). Es por esto por lo que la atención se considera un proceso transversal a las habilidades anteriormente descritas (Rueda, 2018).

Las funciones ejecutivas son fundamentales para todos los procesos mentales que nos definen como seres humanos ya que están sustentadas por estructuras del lóbulo frontal de nuestro cerebro (por ejemplo, el cíngulo anterior o la corteza dorsolateral prefrontal), las cuales nos diferencian de otros homínidos. Gracias a estas habilidades podemos desarrollar nuestra inteligencia, nuestra empatía, nuestra capacidad para trabajar con ideas abstractas y, especialmente, nuestra capacidad de gestionar voluntariamente nuestras emociones, pensamientos y comportamientos.

A lo largo de la vida, esta capacidad de autogestión ha mostrado ser de gran importancia para la consecución de objetivos y está relacionada con índices del estado de salud de una persona, su estatus socioeconómico, su éxito profesional y laboral y, en última instancia, con un mayor grado de bienestar (Moffitt et al., 2011).

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Quizás en este punto te estés preguntando: ¿y cómo es que lo cognitivo se relaciona con el bienestar y con el aprendizaje? ¡Para allá vamos!

Comúnmente, cuando hablamos de procesos cognitivos en el aula, tendemos a pensar que se asocian exclusivamente con aspectos del pensamiento y, por tanto, con aspectos netamente intelectuales. Esto nos lleva a establecer una separación entre pensamiento y  emoción que no se corresponde con lo que verdaderamente está sucediendo en el cerebro. Ambos elementos de la experiencia humana (emoción y cognición) están más conectados de lo que parece, ya que ambos son experiencias que suceden en nuestra mente.

Para poder trabajar con estas experiencias, necesitamos saber cómo usar nuestras habilidades mentales para regularlas, trabajar con la información que nos proporcionan y utilizar esta información para poder actuar eficazmente para la consecución de nuestros objetivos.

Para comprenderlo mejor, exploremos brevemente el papel que juegan las funciones ejecutivas en la inteligencia. Un artículo publicado por Demetriou y colaboradores en el año 2008 describe un estudio en el que modelaron los factores cognitivos que más importancia tienen para la puntuación del factor g de inteligencia. Según el modelo presentado, entre los factores que más aportan están: la velocidad perceptual, el control perceptual (inhibición cognitiva) y la memoria de trabajo. Los últimos dos elementos son procesos que se asocian a las funciones ejecutivas.

Si reflexionamos un momento sobre cómo realizamos tareas que implican el razonamiento podremos ver que necesitamos:

Activar una representación abstracta en nuestra mente de los elementos con los que tenemos que trabajar

Activar una representación abstracta del objetivo.

Manipular en nuestra mente las representaciones abstractas de los elementos de manera que podamos alcanzar el objetivo.

Una vez establecidos los procesos y procedimientos, los debemos reproducir, pero ahora con los objetos concretos.

Aunque sea una representación muy simplista de una tarea de razonamiento, lo importante es ver que necesitamos mantener activa información en nuestra mente que nos permita prestar atención a lo que es importante y filtrar aquello que no necesitamos para así poder realizar las acciones que nos ayuden a lograr nuestro objetivo. Todo esto implica la activación de la memoria de trabajo, el control inhibitorio, la flexibilidad cognitiva y la atención. Debido a esto, ahora sabemos que las funciones ejecutivas son habilidades fundamentales para el razonamiento y la inteligencia.

Ahora bien, ¿por qué decimos que las funciones ejecutivas también son importantes para la regulación emocional? Para poder entender esto, queremos presentar el modelo de génesis de la emoción del Dr. James Gross. Este modelo indica que para que una emoción surja, se necesitan cuatro componentes fundamentales: 1) una situación, 2) elementos de la situación que capten nuestra atención, 3) una etapa de evaluación de esos elementos y, 4) la respuesta emocional que se genera, producto de esa evaluación.

Como podemos ver, la atención juega un papel fundamental en todo este proceso. Para que algo acceda a nuestra mente, primero debemos prestarle atención y este proceso puede ser muy rápido, en la neurociencia lo medimos en la escala de los milisegundos. Es por esa razón que muchas veces no somos conscientes de ello.

 Para verlo con más claridad, imagina que tienes una discusión con tu jefe y esa discusión te hace enfadar. Normalmente, hay un momento en el que el enfado se dispara, y se asocia a un evento disparador atención de la emoción. Ese evento tiene la capacidad de captar tu atención y, cuando la capta, comienzas a evaluarlo de una manera muy particular: esto es lo que hace que resulte en una emoción. Por ejemplo, puede ser el tono de voz. Si durante la discusión el tono de voz sube, inconscientemente ese elemento puede ser evaluado como una falta de respeto, una manera de oprimirnos o incluso de atacarnos, lo cual hace que nuestra reacción de defendernos produzca un enfado y eventualmente elevemos la voz también.

La buena noticia es que, de la misma manera que la atención aporta al surgimiento de las emociones, también permite regularlas. Un ejemplo que nos ayuda a comprenderlo con más claridad es la típica situación en la que nos enfadamos mucho y decidimos dar un paseo por la ciudad para calmarnos. Cuando caminamos y vamos observando los escaparates de las tiendas, comenzamos a prestara la ropa, los libros o cualquier objeto expuesto. Esto hace que dejamos de prestar atención a los pensamientos que acompañan a la emoción y por consiguiente no seguimos “echando más leña al fuego de la emoción”. Cuando regresamos a casa, nos damos cuenta de que la emoción ha desaparecido y solo volverá a surgir si volvemos a prestar atención a los pensamientos que nos recuerdan el evento. Como ves, la atención es fundamental tanto para generar una emoción, como para regularla.

Con todo lo expuesto hasta ahora, hemos querido exponer la evidencia que nos ayuda a comprender que para experimentar un buen nivel de bienestar mental, además de una serie de condiciones básicas del entorno, tanto niños como adultos necesitamos desarrollar y fortalecer las habilidades mentales asociadas a las funciones ejecutivas. En otras palabras, necesitamos contar con un sólido capital mental que nos permita desarrollar capacidades tan importantes para la vida como la regulación emocional, la resolución de problemas, la toma de decisiones, la resiliencia o la perseverancia. Ahora… ¿Cómo se relaciona todo esto con el aprendizaje?

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Para nadie es nuevo que aprender no es solo memorizar. El aprendizaje es un proceso cognitivo dinámico y complejo en el que  intervienen múltiples variables que incluyen, entre otros, factores individuales de cada estudiante, de su maestro/a, de la metodología de enseñanza y del entorno en el que se aprende. Pero más allá de las diferencias individuales y del entorno, la evidencia muestra que el aprendizaje es producto del funcionamiento conjunto de múltiples procesos cognitivos (memoria, atención, razonamiento, etc.), motivacionales, emocionales y sociales (Immordino-Yang y Fischer, 2011).

Todos estos procesos intervienen en las diferentes fases del aprendizaje en diferente medida, y no es posible afirmar que algunos sean más importantes que otros en todas las circunstancias y para todas las personas. Es decir, no es posible asegurar que lo más importante del proceso de aprendizaje es la motivación o la emoción, porque hay muchas cosas que a lo largo de la vida nos han resultado apasionantes y emocionantes y que aún así no hemos conseguido aprender, y viceversa.

Sabemos que para aprender, niños y niñas necesitan contar con las dosis correctas de motivación intrínseca y extrínseca, pero también necesitan contar con todos sus recursos cognitivos para poder realizar el amplio arco de procesos mentales complejos asociados al aprendizaje: analizar, deducir, memorizar, conectar conceptos, generalizar el conocimiento, monitorizar su ejecución, evaluar su propio proceso de aprendizaje, cambiar de estrategia cuando la utilizada no funciona, automotivarse, entre muchos otros. Y para poner en marcha todos estos procesos cognitivos de forma eficiente, todos nuestros estudiantes, sin excepción, necesitan un requisito fundamental: gozar de un estado de bienestar mental adecuado.

La evidencia muestra que el estrés y en mayor medida, el estrés crónico, tiene un efecto devastador tanto en el desarrollo del cerebro durante la infancia, como en la capacidad cognitiva del alumnado (Blair y Raver, 2016). Para entender cómo se da esta conexión, te pedimos que pienses en la última vez que experimentaste una preocupación muy importante en tu vida: ¿Eras capaz de concentrarte?

¿Podías regular tus emociones con facilidad? ¿Eras capaz de pensar en diferentes alternativas o soluciones para tus problemas del día a día? No, ¿verdad? Esto es así porque tus recursos cognitivos en ese momento estaban dedicados al procesamiento del evento estresante en tu vida: “¿Cómo puedo resolver lo que me está pasando? ¿Cómo me afecta? ¿Cómo afecta a mi familia? ¿Por qué me pasa esto? ¿Qué pude haber hecho mejor? ¿Qué puedo hacer para evitar que esto me vuelva a pasar?…”.

En otras palabras, cuando un estudiante no experimenta bienestar porque está afrontando situaciones de estrés, ya sea por problemas con sus compañeros (acoso escolar), en su familia, en su comunidad o en otros ámbitos, como ha sido el caso durante la pandemia, la mayoría de sus recursos cognitivos y emocionales estarán dedicados a manejar y resolver el evento o eventos estresantes. En consecuencia, sus recursos cognitivos se ven significativamente mermados, impidiéndole mostrar un buen rendimiento en el aula, concentrarse, memorizar, tener una fuerte motivación hacia el aprendizaje, y mucho menos será capaz de perseverar cuando las cosas no le salen bien, una capacidad clave en cualquier proceso de aprendizaje.

Es por esta razón que, para promover el aprendizaje en nuestras aulas, no podemos enfocarnos exclusivamente en las capacidades  intelectuales de nuestros estudiantes o en encontrar incansablemente la metodología de enseñanza infalible que funcione siempre y para cualquier estudiante.

Lo primero y lo más importante será asegurarnos de que nuestros estudiantes gocen de un estado de bienestar mental y emocional básico y para ello es imprescindible que los currículos educativos de nuestros centros, desde Infantil hasta Secundaria, contemplen el trabajo transversal y sistemático de las habilidades cognitivas y socioemocionales que los estudiantes necesitan para hacer frente a los diferentes retos que se les presentarán a lo largo de la vida.

Está claro que como sociedad debemos garantizar a todos los niños y niñas el acceso a las condiciones básicas de salud, educación, protección y cariño para que crezcan en un entorno favorable para su desarrollo. Sin embargo, es imposible garantizar que puedan vivir una vida libre de estrés, preocupaciones o frustraciones.

Lo que sí podemos hacer, y que gracias a la evidencia sabemos que es la mejor inversión a futuro en materia de educación, es cultivar en el aula la atención y las funciones ejecutivas de nuestros estudiantes, potenciar su metacognición y dotarles de habilidades y competencias mentales y socioemocionales que les ayuden a superar los obstáculos que la vida les presente, para que puedan vivir una vida satisfactoria y disfruten de un buen estado de bienestar, siendo beneficioso para sí mismos, su familia y su comunidad.

JOAN POZUELOS LÓPEZ Y LINA MARCELA COMBITA MERCHÁN
Neuromindset

Bibliografía

Blair, C., & Raver, C. C. (2016). Poverty, stress, and brain development: New di- rections for prevention and intervention. Academic pediatrics, 16(3), S30-S36.

Demetriou, A., Mouyi, A., & Spanoudis, G. (2008). Modelling the structure and development of g. Intelligence, 36(5), 437-454.

Diamond, A. (2013). Executive functions. Annual review of psychology, (64), 135-168.

Foresight Mental Capital and Wellbeing Project (2008). Final Project report. The Government Office for Science, London.

Gross, J. J. (Ed.). (2013). Handbook of emotion regulation. Guilford publications.

Immordino-Yang, M. H., & Fischer, K. W. (2011).

Neuroscience bases of learning. International en- cyclopedia of education: Section on learning and cognition. Oxford: Elsevier.

Jiao, W. Y., Wang, L. N., Liu, J., Fang, S. F., Jiao, F. Y., Pettoello-Mantovani, M., & Somekh, E. (2020). Behavioral and emotional disorders in children during the COVID-19 epidemic. The Journal of Pediatrics, (221), 264.

Moffitt, T. E., Arseneault, L., Belsky, D., Dickson, N., Hancox, R. J., Harrington, H., … & Caspi, A. (2011). A gradient of childhood self-control predicts health, wealth, and public safety. Proceedings of the Natio- nal Academy of Sciences, 108(7), 2693-2698.

Petersen, S. E., & Posner, M. I. (2012). The attention system of the human brain: 20 years after. Annual review of neuroscience, (35), 73-89.

Rueda, M. R. (2018). Attention in the heart of intelligence. Trends in neuroscience and education, (13), 26-33.

Abstract

Studies show that the pandemic has taken a considerable toll on  the mental  health of children and youth. What effect can we expect this to have in key areas of their lives, such as education? In this article, the authors explain the relationship between executive function, wellbeing and learning. Even though motivation and concentration both contribute to learning, stress and the lack of emotional wellbeing will hijack the learning process. The authors make a point that as educators, before focusing on students’ intellectual abilities, we must care for their emotional and mental wellbeing. A strong foundation of mental capital is needed to develop skills as important as emotional regulation, problem solving, decision making and resilience, and cultivating students’ executive functions, fostering their metacognitive skills as well as their social and emotional skills is key to prepare them for the ups and downs of life.

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