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La capacidad de dar y recibir cuidados es la que hace realidad la humanización como individuos y como especie. La sostenibilidad humana solo es posible si escuchamos y atendemos esta necesidad de las personas, las comunidades y el planeta.

Uno de los aprendizajes fundamentales que podemos extraer de la reflexión sobre el cuidado es que se puede aprender a cuidar, siempre y cuando vivamos en un contexto en el que nos sintamos queridos, protegidos y atendidos en nuestras necesidades, unido a una práctica constante del cuidado (de nosotros, de los otros y del entorno) desde un sentido trascendente. El alumno tiene que salir de la escuela sabiendo cuidar de sí mismo, teniendo relaciones positivas con los demás, sabiendo resolver conflictos, dialogar, escuchar, llegar a acuerdos, encontrar soluciones compartidas.

Educar para el cuidado supone buscar el desarrollo integral (cognitivo, moral, afectivo, corporal, espiritual) de los educandos hasta que cada sujeto alcance la plenitud de su personalidad según el máximo de sus posibilidades, con equidad y autonomía en relación con la autonomía de los demás; buscando la solidaridad entre las personas. La educación para el cuidado nos exige plantearnos el conjunto de entramados (procesos, sistemas), articulados por la confianza en las relaciones interpersonales, la comprensión y el respeto mutuo, vinculados necesariamente a la vulnerabilidad e interdependencia solidaria, en un marco en el que la razón, la emoción y la trascendencia tengan cabida. 

Pero, ¿cómo cambiar las organizaciones basadas en egos hacia una cultura basada en los cuidados? ¿Cuál puede ser la aportación desde la escuela católica? Para lograrlo, os invitamos a pensar juntos y en red, con una visión más global, más colaborativa y participativa. Tal y como se propone en este monográfico de Educadores, el énfasis en la construcción de una propuesta de renovación de la cultura del cuidado consistiría en crear sistemas donde a través de los modelos de enseñanza-aprendizaje, de nuestra manera de organizarnos y comunicarnos, y de liderar procesos educativos, conectemos las aulas con una manera nueva de ser y estar en el mundo desde una visión más samaritana. Como dice la parábola, no solo se trata de “echar aceite y vino en las heridas de los apaleados”, sino también de mirar la realidad con otros ojos para que el sufrimiento nos mueva a la compasión y crear “posadas” como estructuras educativas solidarias. Un itinerario que, de seguirlo, nos conduce hacia otro mundo posible pleno de cuidados. Estamos en un momento propicio para lograrlo, desde la invitación del papa Francisco a unirnos juntos en el Pacto Educativo Global. 

Pero al educador se le plantea un gran dilema: compatibilizar esta educación humanista, solidaria y compasiva con la perspectiva de un mundo competitivo y en muchos casos, deshumanizado, donde las desigualdades y el deterioro del medio ambiente están a la orden del día. Por eso, la escuela sola no puede, pero podemos hacer nuestra parte. Para ello, hay que partir de unos claustros, equipos directivos y familias que se sientan cuidados, implicados y formados.  

Otras pistas para que este cambio de cultura cuente con condiciones favorables para su desarrollo podrían ser: generar un clima de confianza y respeto, para que la comunidad educativa emprenda el camino del descubrimiento y la creación de proyectos para el cuidado de todos; con finalidades comunes y compartidas, definidas de manera colaborativa, con planes de acción, establecimiento de recursos y procesos de evaluación de los avances obtenidos; y tejer redes de saber y de intercambio de experiencias con otros profesionales y centros. Numerosas organizaciones ya estamos poniendo “cabeza, corazón y manos” a esta tarea para compartirla con todos, como por ejemplo en el proyecto H3 de Porticus, entre otros.

Partiendo de este terreno conocido nos tenemos que lanzar al cambio; desde ahí se pueden crear proyectos y nuevas esperanzas para el futuro. Estamos ante la necesidad de enfrentarnos a lo que nos está pasando e intentar generar respuestas con creatividad y desde nuestra visión. Esta escuela del cuidado no está decidida de antemano. Depende de nosotros, por pequeña que sea cada aportación individual o colectiva. Todos sumamos.

 

 

IRENE ARRIMADAS
@iarrimadas

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