Sin duda, está en nuestra esencia educativa y evangelizadora centrar la mirada en cada uno de nuestros alumnos para que lleguen a ser la mejor versión de sí mismos y así generar un mejor futuro para ellos y para los que les rodean. Llevamos en nuestro ADN la importancia de la educación personalizada e integral que se transmite no solo desde las materias a enseñar, sino desde la persona a educar, porque para enseñar hay que “saber” pero para educar se precisa “ser”.
En los centros educativos estamos viviendo con apremio el responder a la personalización del aprendizaje de cada alumno, y ya estamos utilizando metodologías más activas de enseñanza y renovadas maneras de evaluar, no solo porque la legislación educativa nos lo exija, sino porque el futuro de cada uno de nuestros alumnos nos lo demanda.
Pero la enorme variabilidad legislativa y la escasez de recursos pedagógicos ha provocado que la evaluación sea vivida como una parte negativa dentro del proceso de enseñanza-aprendizaje y que se generen posturas controvertidas sobre sus finalidades y procedimientos.
Tanto investigadores como profesores a pie de aula estamos de acuerdo en reconocer que el éxito de la evaluación y su repercusión en la mejora del aprendizaje dependen de que sea entendida, organizada y dotada de los recursos adecuados para posibilitar el avance de cada alumno. La personalización de la evaluación exige el empleo de métodos y estrategias diversas para responder a la singularidad y diversidad del alumnado, pero subrayando la importancia de los procesos y no solo como medida de los conocimientos adquiridos. Sabemos que la evaluación competencial y auténtica juega un papel no solo técnico sino ético, y no como objetivo en sí misma, sino como medio. Los alumnos también han de considerarse responsables de su proceso de aprendizaje, a través de su participación constante como sujetos activos que desarrollan su creatividad y pensamiento crítico. De este modo, educamos para la adquisición de competencias para la vida que requieren estructuras mentales que vayan más allá de la memorización. Para ello debemos hacer posible que experimenten el éxito para motivarse e implicarse y también aprender de sus fracasos para volver a intentarlo con mayor esfuerzo, empeño y recursos.
Ninguna de las reformas legislativas, hasta el momento, ha sido capaz de resolver radicalmente este problema. En el contexto actual del aula, el profesor se encuentra con muchas dificultades: aplicar el diseño curricular que propone la LOMLOE es complicado y no ayuda a resolver el problema de la evaluación competencial; traducir el currículo a experiencias reales de aprendizaje en función del alumnado que tiene en el aula, diseñando situaciones de aprendizaje inclusivas y transformadoras y procesos de evaluación que favorezcan la adquisición de las competencias personales; conjugar una calificación por materias con la elaboración de un informe competencial cualitativo que potencie la evaluación formativa y que refleje las evidencias de aprendizaje de cada alumno; y un largo etc.
Si queremos ofrecer la mejor educación a los alumnos, la clave es tener buenos profesores: profesores que inspiran, despiertan sueños, abren caminos, cuidan los talentos y hacen crecer… además de desempeñar toda la envergadura de tareas burocráticas que también asumen.
Necesitamos un profesorado que se sienta preparado, cuidado y partícipe, con una sólida formación que les dote de visión y herramientas para evaluar desde una pedagogía positiva e inclusiva, con acompañamiento y práctica reflexiva que los mantenga al día de los aspectos pedagógicos relevantes para su práctica, con recursos y disponibilidad del tiempo necesario para diseñar sus programaciones de aula. Para desarrollar estas competencias docentes es imprescindible no solo poner en práctica modelos de formación permanente basados en competencias, sino además complementarlos con un eficaz acompañamiento y evaluación de la práctica docente. Pero no de cualquier manera.
Ante este panorama, tan lleno de retos y oportunidades, compartimos con vosotros este monográfico de Educadores para intentar arrojar un poco de luz sobre este tema que nos preocupa y ocupa a partes iguales. Se trata de dar un paso más para convertir la evaluación en un referente de nuestro trabajo como educadores: el fin de la evaluación como comienzo del aprendizaje.
IRENE ARRIMADAS
@iarrimadas