omienzo esta reflexión con dos iconos que pueden acompañar la buscada resintonización pastoral. El primero forma parte  de mi experiencia personal, fruto de un cambio de perspectiva y de paradigma evangelizador que pronto descubrí como complementario. El segundo es un icono bíblico, del Evangelio de Juan, que sirve como marco de referencia para la hermenéutica de comprensión que propongo.

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El año 2003 me pidieron encargarme de la pastoral del colegio trinitario de Córdoba. Decir que fue un reto sería quedarse demasiado corto. Después de seis años como capellán en las cárceles de Granada y Sevilla, además de los ocho años anteriores siendo voluntario de pastoral penitenciaria, afrontar un cambio pastoral tan radical era un gran desafío, en todos los sentidos. En primer lugar porque me requería aprender de nuevo, conocer el entorno, su terminología, sus posibilidades. En segundo lugar porque me implicaba completamente y, en contra de lo que me decían quienes habían ocupado el puesto anteriormente, entendía que no era solo cuestión de hacerme presente en algunas celebraciones, sino de tomar el pulso evangelizador de un colegio. Se hacía necesaria una formación personal.

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En ese empeño me encontré con la conocida comparación que hace Ken Robinson entre un colegio y una fábrica del siglo XIX. Casi sin querer, me vi comparando el colegio con una cárcel, un espacio que conocía muy bien: un patio al que se sale un tiempo limitado al día, unos “chabolos” en los que se “chapa”, “kundas” cada poco tiempo que ayudan a despejar el ambiente, “vis-a-vis” con familiares, permisos cada fin de semana y la condicional en verano… Y sobre todo esto, la fuerza de la marca institucional, que prácticamente abarca el sentido global de todos los espacios, a veces incluso por encima de las personas. En mi primera celebración en la iglesia, ver a los alumnos sentados en silencio y a los profesores de pie, con cara seria, vigilando que todo fuera “bien”, acabó de cerrar el círculo de tan horribles comparaciones.

Hasta aquí la intromisión de jerga “taleguera”, por- que aparte de la anécdota encontré otros paralelismos para la pastoral, que me ayudaron, y me siguen ayudando, para re-sintonizar con los elementos esenciales de toda acción evangelizadora:

 

 La persona debe situarse en el centro de toda la programación. Es necesario superar un ambiente y un espacio institucional excesivamente marcados por una realidad que cuesta cambiar, y que da más importancia a los medios y a los valores jerárquicos que a las personas que los habitan.

   La humanización debe ser la base para la evangelización. No se puede construir una pastoral de sentido sin crear espacios de vida, sin estar atentos a las necesidades de esas mismas personas que situamos en el centro, y que serán fundamento para aceptar la propuesta evangélica. Frente a un humanismo decadente e indiferente, debemos promover un humanismo pleno y solidario. Sin él, no podemos comenzar a evangelizar.
   En la cárcel, pero también en la escuela, y en la vida, debemos ser nosotros quienes vayamos al otro, y no esperar a que sea el otro quien se interese por nuestras propuestas pastorales. Hay que entrar en su espacio vital y de sentido, comprender aquello que les apasiona, sus tiempos, que son completamente diferentes a los tiempos, espacios y pasiones que proyectamos desde fuera de los muros de la cárcel-escuela.

   Es imprescindible aprender a pronunciar palabras que rediman y liberen: escucha, confianza, presencia, perdón, amor. Hay una liberación fundamental que está por encima de las liberaciones externas e internas, es la liberación personal de los propios prejuicios y apegos. Mi experiencia en la cárcel me enseñó que los prejuicios debía dejarlos fuera del “rastrillo”, liberarme para poder liberar, perdonarme a mí mismo para perdonar. También en la pastoral escolar, como propuesta de Evangelio, estamos llamados a esta liberación de los apegos, tanto personales como institucionales.

   De ahí que nuestro posicionamiento deba fundamentarse al margen de lo puramente institucional: el discurso, el espacio celebrativo, la narración, la presencia… tienen que ser radicalmente nuevos, adaptados, en sintonía con los símbolos y el ambiente en el que está el otro y en el que estamos nosotros.

Es así como mi camino pastoral se convirtió en un recorrido de la cárcel al colegio, con el primer objetivo de no convertir el colegio en una cárcel. Los viejos modelos arquitectónicos escolares, incluso algunas prácticas en apariencia amables, no ayudan a separar ambos mundos, pero el desafío ha sido, en estos años, encontrar senderos nuevos para propuestas evangelizadoras nuevas.

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El segundo icono para la resintonización lo tomo del tercer capítulo del Evangelio de Juan. The Beatles, Oasis o U2 no fueron los primeros en subirse a una azotea para lanzar al mundo su mensaje. Cuando aquella noche de primavera Nicodemo y Jesús tuvieron su particular diálogo sobre el seguimiento, la resistencia del fariseo a la propuesta de Jesús se hace marco para una reflexión: “¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo?” (Jn 3,4). Jesús pide a Nicodemo que resintonice, que encuentre una nueva hermenéutica para comprender y aceptar su mensaje, que alcance un nuevo comienzo. El problema de Nicodemo no es comenzar de nuevo, es capaz de entender esta necesidad, también comprende el significado de volver a nacer. Su verdadero problema es afrontar ese comienzo siendo viejo. A Nicodemo le preocupa la dificultad para dejar atrás todo lo aprendido, todo lo incorporado, la dificultad para olvidar. El mayor impedimento para un nuevo nacimiento es ser viejo, pretender acceder al comienzo sin haberse liberado de los apegos y de los aprendizajes que tanto han ayudado a lo largo de la vida, especialmente cuando nos han dado éxitos.

Pero la vida nueva que propone Jesús es la vida del Espíritu, “Si no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Ser viejo no puede ser un impedimento; ante la novedad del Espíritu, lo que nos retiene no es el miedo a lo nuevo sino la dificultad para olvidar el pasado, porque obliga a salir de esa zona de confort que tanto nos ha costado construir, avanzar más allá de nuestro hábitat natural y entrar de lleno en comprender otros espacios vitales que no son los nuestros, ni hablan nuestro lenguaje simbólico.

Hemos caído en lo que define la ley de Ribot, según la cual los recuerdos más antiguos son más persistentes que los más nuevos, de forma que lo nuevo perece ante lo viejo.

Invito a subir a la azotea del colegio, hablar desde allí a todos nuestros años de aprendizaje pastoral, a todo lo que han conseguido cambiar. Hay que hacerlo con valentía, porque es posible que todos los buenos proyectos y éxitos pastorales (a veces el problema es precisamente que es muy bueno) nos impidan nacer de nuevo. Pero después debemos bajar, al igual que Jesús mandó a sus discípulos descender de la “paz pastoral” del monte Tabor, hay que tocar tierra y evitar las alturas que nos encumbran.

El conocido Informe Delors (La educación encierra un tesoro, 1996) abrió una nueva comprensión del aprendizaje, que en los primeros años del siglo nos situó en la importancia del conocer, del hacer, del ser, del vivir juntos. Ahora, especialmente tras la experiencia de la pandemia por el coronavirus, debemos incorporar una nueva sabiduría de aprendizaje: la capacitación para aprender a interpretar. Esa es la nueva hermenéutica desde la que se nos invita a una resintonización pastoral en la esencia.

Nuestra misión educativa lleva años resintonizando, hay que reconocer el gran esfuerzo realizado por la innovación, por la transparencia y la flexibilidad. Esta apuesta innovadora ha llegado a nuestras programaciones a través de lo pedagógico, buscando la renovación del aprendizaje, centrada en el alumno y en sus necesidades, cuidando todos los espacios de aprendizaje… y lo hemos hecho con excelencia y coraje institucional. Mucho más lentamente ha ido alcanzando también la acción pastoral, si bien ha sido más complejo. El objetivo no es aplicar metodologías pedagógicas a actividades pastorales, sino cuidar que la innovación pedagógica sea evangelizadora, abra espacios de comprensión y de sentido. Esto solo lo encontraremos aprendiendo a interpretar.

Para esta hermenéutica de la vida es imprescindible acceder al espacio del otro, dejar a un lado soluciones antiguas y enlatadas, que funcionaron en otros momentos, y participar de la vida de la comunidad educativa. Esta función afecta a la dimensión evangelizadora de la escuela, a la esencia de la escuela católica en concreto, ya que nos sitúa en el espacio de sentido del quehacer educativo, y por tanto en su espacio trascendente.

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El papa Francisco ha reclamado, en su propuesta de pacto educativo, la necesidad de restablecer las relaciones. La educación y su futuro se deben sostener resintonizando la fraternidad que debemos a la creación y al entorno social y humano. Al introducir una hermenéutica pastoral estaremos facilitando también nuevas relaciones que pongan a la persona en el centro, no desde un antropocentrismo excluyente y tecnopráctico sino desde una reformulación de la solidaridad y de la misión evangelizadora de las escuelas.

Estas sinergias constituyen la esencia de la escuela católica, que tradicionalmente ha basado su sentido en la integración de todos los activos en el proceso educativo y desde la fortaleza de la comunidad educativa. Nos sabemos necesitados de ir al otro, compartir su espacio de sentido, para evitar una visión de la escuela como búnker que protege de los errores del exterior. A la tradicional fobia al cambio debemos confrontar la propuesta de habitar las intemperies de nuestros procesos y ampliar el espacio de lo que llamamos comunidad educativa. Seguimos empeñados en recrear escenarios en los que hemos tenido éxito en el pasado pero que ya no generan cambio. Frente a ello surgen nuevas experiencias en las que colaborar y pensar juntos. Las relaciones nos abren al futuro de la escuela, a resintonizar la labor evangelizadora de la escuela católica. Estas relaciones que se nos proponen surgen a partir de los desafíos y crean nuevos vínculos con otras realidades:

   El desafío del aprendizaje de sentido, que implica mostrar el mundo real, ayudar a crecer desde el porqué de todo cuanto se propone.

   El desafío de la incorporación de las emociones al proceso educativo, como base para alcanzar un aprendizaje simbólico y significativo, que favorezca el encuentro y el reconocimiento del otro.
   El desafío de las preguntas existenciales, la apertura a los valores trascendentes frente las respuestas cerradas y limitadoras.
   El desafío de la vida colectiva, que enseñe a afrontar los espacios compartidos, más allá del individualismo.
   El desafío de la fe, en torno a la cual debe pivotar toda propuesta de resintonización en lo esencial, despojándola de añadidos sincretistas y reduccionistas.
   El desafío del entorno natural y del entorno humano, que capte y cultive las relaciones personales, tal y como nos pide el papa Francisco en sus últimos documentos, una invitación a la pluralidad de nuestro modelo educativo, cuidando el vínculo entre lo diferente mediante la palabra y la acción solidaria.
   El desafío de la pluralidad y la integración, que nos posiciona frente a la indiferencia, en dos sentidos: primero como indistinción, allí donde todo es igual y homogéneo ninguna relación es posible; segundo como menosprecio por lo que la pluralidad nos puede enriquecer.

Tanto los desafíos como las relaciones de ellos emanadas, apuntan al espacio simbólico, más allá de los signos autorreferenciales de los que hemos abusado y que han perdido su valor significativo.

Necesitamos afrontar un simbolismo renovado que se abra a nuevos encuentros y amplíe las relaciones en comunión con todo, retomando lo estético frente al simbolismo rancio y estático que ya no dice nada. Junto a ello también debemos incorporar una adecuada alfabetización religiosa, que resintonice con los cambios simbólicos generacionales. Se están haciendo propuestas muy interesantes en estas dos líneas renovadoras de lo simbólico, pero también detectamos que el peso de la tradición institucional dificulta mucho los avances.

“Para los cristianos, creer en un solo Dios que es comunión trinitaria lleva a pensar que toda la realidad contiene en su seno una marca propiamente trinitaria. Las personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones” (Papa Francisco, Laudato Si’, 239-240).

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El cambio de paradigma, de una pastoral lineal a la pastoral circular, nos sitúa en un contexto hipertextual entre el restablecimiento de las relaciones y la aportación de sentido. Este cambio no se cierra con una centralización de la acción evangelizadora en la figura del alumno, nos reclama colocar a todas las personas en el centro, todos los que forman parte de la comunidad educativa, de modo que expandamos su concepto y apostemos por redarquías de enriquecimiento, incluso con aquellos que no son actores directos de la acción educativa del centro.

Para resintonizar en la esencia hay que comenzar por clarificar cuál es nuestra esencia. El carácter propio de nuestro centro, y de nuestras instituciones, se ha colocado tradicionalmente como documento fundamental de la misión educativa pero, si apostamos por una pastoral circular, deberemos comenzar por expandir la esencia en las sinergias relacionales, auténtico motor del cambio organizativo, lo que nos lleva a cuestionarnos el espacio que en la formación y en la propuesta institucional damos a la identidad. La circularidad que se nos propone requiere una transparencia institucional que reste centralidad a los valores institucionales inamovibles y promueva el talento compartido. Es este giro copernicano el que fortalece la misión, genera instituciones inteligentes que conocen, valoran y cultivan los talentos de quienes las componen, haciéndoles partícipes de los valores propios. De este modo incorporamos un liderazgo compartido que enriquece la singularidad del centro y favorece las relaciones.

Cuando nos ponemos en camino de resintonizar nos acecha el peligro de repetir modelos. No es esta la circularidad que se propone, una especie de “renacimiento pastoral” que, como a Nicodemo, nos impida olvidar. En historia del arte he asistido siempre con asombro a la atrevida propuesta del gótico, sus formas y estructuras sugieren sin imponer, apuntan sin concluir su sentido, asombra y sobrecoge sin cerrar todas las preguntas. Al arte gótico le sucedió el renacimiento, una vuelta a las formas redondeadas, a lo clásico conocido, al gusto antiguo. Y al arte renacentista lo desbancó el barroco, sustentado en el horror vacui, evitando dejar espacio al vacío, imponiendo un espacio cerrado, aturdiendo por sobreexposición. La interpretación, la sugerencia, el camino abierto y amplio que debe ser recorrido por uno mismo, dan paso a las ideas dogmáticas, al adorno, a la imposición de un sentido definido por el artista o por el sabio.

Este símil artístico lo podemos aplicar a nuestras propuestas pastorales. Cuando creamos invernaderos de autorreferencialidad, cerramos las posibilidades personales, ofrecemos respuestas argumentadas en la tradición, que vienen dictadas jerárquicamente desde un centro pastoralmente burocrático, y perdemos la oportunidad de preparar para la intemperie de la vida.

La circularidad pastoral recupera, como ya hemos visto en la pastoral de relaciones, nuestro conocimiento de la realidad, y a una educación mediatizada por el mundo en que se ejercita, propone una liberación como humanización en proceso, no ya en cuanto cuerpo de saberes que se depositan en otros, sino como humanización que surge de la praxis de la acción y la reflexión. Una pastoral que no reflexiona, que no sugiere, que es autorreferencial, se convierte en una pastoral de la confusión.

La tarea humanizadora de la evangelización no se limita al proceso formativo, también se ocupa de sus resultados, en el contexto de las actitudes personales, morales y sociales de todos los que participan en la propuesta. Nos posibilita un movimiento circular de encuentro, debate, nueva solidaridad, que rompe los muros de la exclusividad, promueve los talentos, abre el aula al mundo, genera comunión y relaciones.

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Como consecuencia de esta propuesta, nos surge la pregunta sobre el objeto de nuestra misión educativa, ¿aportar valor o sentido? Hemos ido construyendo una escuela y una pastoral que aportara valor a todo el proceso educativo. La opción que nuestras instituciones han hecho históricamente para mantener su opción educativa, como parte de su misión y apostolado propio, se ha sostenido en el valor añadido a la misma, justificado en decisiones, programaciones y modelos pedagógicos. En ocasiones, esta aportación de valor se ha convertido en una línea de defensa ante acusaciones externas o internas, presentando lo que hacemos y la autoridad desde la que actuamos.

También hemos buscado aportar valor sumando evangelización y calidad, tanto en el modelo de la oferta educativa como en los medios materiales, técnicos y personales, aunque en no pocas ocasiones hemos caído en una contradicción pastoral, “vendiendo” unos valores que no siempre se corresponden con lo que dicen nuestras acciones concretas. Como buenos aprendices de McLuhan, acabamos convirtiendo el medio en el mensaje, despojando la misión de su esencia.

Por el contrario, una pastoral de la trascendencia busca la aportación de sentido, que se constituye cuando damos el paso al porqué de lo que proponemos, cuando evitamos la  obsesión del control, de acciones con excesivo barniz soteriológico, de la calidad, de los números, de la institucionalización. Situar a la persona en el centro, como nos propone insistentemente el papa Francisco, conlleva una pastoral de sentido, en la que nos confrontamos con la realidad y nos reconocemos parte de ella, antes incluso de pensar en evangelizarla, aceptándola como don de Dios, una realidad que solo empieza a serlo para nosotros cuando le ponemos nombre (cf. Génesis 1).

Accedemos a una pastoral de sentido cuando nuestras propuestas se convierten en esencia y dejan de ser el centro, el núcleo de la acción evangelizadora. Este descentramiento es imprescindible para que la persona, y en ella Cristo, ocupe el centro que le corresponde. Aportamos sentido cuando dejamos de justificar nuestra oferta educativa y pastoral en la primacía de los medios y de los rancios valores institucionales, anclados en nuestra larga historia de compromiso educativo, y nos abrimos a un espacio de relaciones que promueven la pluralidad y acogen el diálogo y el encuentro, circularidad trinitaria que integra a todos en su misterio.

Esta propuesta de una pastoral de la trascendencia nos invita a desidentificarnos. Para nacer de nuevo, decíamos al comienzo, debemos comenzar por olvidar los viejos lazos que han dejado de ser comunión y condicionan nuestros espacios evangelizadores. La identificación nos complica la pastoral, nos obliga a vivir tan ligados a definiciones de autenticidad, una pastoral auténtica, alumnos auténticos, profesores auténticos, que irradiamos seguridades en lugar de Evangelio.

Cuando la misión educativa se enroca en la autenticidad, nuestra pastoral se desintoniza de la realidad, más preocupados en atender a la generación de respuestas que de sentido. Nos obliga a funcionar sometidos al principio de identidad, siempre en búsqueda de la no contradicción, de la identificación, de la maniquea diferenciación entre los que son de los nuestros frente a quienes no lo son. La experiencia, sin embargo, nos confronta con el cambio, que cuestiona el principio de identidad, es molesto, engendra fobias, crea búnkeres educativos y pastorales (cf. Christus vivit, 221).

Ante la conciencia del cambio caben dos reacciones, la resistencia o el asombro. Nos resistimos cuando hacemos eternos los valores institucionales y actuamos con viejas propuestas que arrinconan la creatividad y la juzgan, anclados en añoranzas e idealizaciones del pasado, replegados ante la incertidumbre y peligros reales o imaginarios.

Nos asombramos cuando comenzamos a olvidar y

“abandonar el cómodo criterio pastoral del siempre se ha hecho así, ser más audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos” (Evangelii Gaudium, 33).

¿Por dónde empezar a olvidar para resintonizar en la esencia de nuestra misión educativa?

PEDRO HUERTA NUÑO
Secretario general de Escuelas Católicas

Bibliografía

Papa Francisco (2013). Exhortación apostólica Evangelli Gaudium.

Papa Francisco (2015), Encíclica Laudato Si’.

Papa Francisco (2019). Exhortación postsinodal Christus vivit.

Papa Francisco (2020). Encíclica Fratelli Tutti.

Wilber, K. (1991). Los tres ojos del conocimiento. La búsqueda de un nuevo paradigma. Barcelona: Kairós.

Bauman, Z. (2013). Sobre la educación en un mun- do líquido. Conversaciones con Ricardo Mazzeo. Madrid: Paidós Ibérica.

UNESCO (2015). Replantear la educación: ¿Hacia un bien común mundial? París: UNESCO.

Casas, E. (2015). El diseño de la clave pastoral en la escuela. Buenos Aires: PPC.

Abstract

Why should children as young as 0 to 3 years old attend early childhood education? Even though parents are the main educators at that stage, there are multiple reasons why many families decide to enrol their children in nursery school. The author puts forward some of the reasons that may compel families to do so. The nature and characteristics of these schools are a strong motivator, as they provide a professional approach based on the developmental stage of each age (cognitive, emotional, motor), in an innovative, safe and caring environment. Early education also plays an important role in terms of social equity, bridging the gap for those with the strongest needs, and offering relief to working parents.

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