La mayoría de los niños, niñas y jóvenes a nivel mundial no están desarrollando las competencias y habilidades necesarias para una vida plena. Por ejemplo, solo el 10% de los jóvenes en los países más desfavorecidos lograrán desarrollar las habilidades apropiadas para el año 2030; en algunos países en desarrollo, el 50% de los niños y niñas de 10 años de edad no saben leer una palabra, y este porcentaje puede alcanzar el 70% por los efectos de la pandemia.[1] A nivel mundial, 258 millones de jóvenes ni estudian ni trabajan y un 78% de los mismos están en edad de la etapa secundaria.[2] Han salido del sistema por varias razones, incluyendo la falta de la relevancia de la educación en sus vidas, el aburrimiento, o por necesidades familiares. Un número significativo de niños, niñas y jóvenes sufren dificultades y experiencias que pueden causarles estrés tóxico. España, en particular, tiene una tasa de abandono escolar alta comparada con otros países europeos (Eurostat, 2021). 

Para enfrentar estas dificultades, es necesario implementar una educación integral. Ello requiere crear un ambiente escolar seguro, adecuado y participativo para que niños, niñas y jóvenes puedan superar sus dificultades, ser más resilientes, seguir sus estudios y desarrollar las competencias y aprendizajes necesarios para una vida plena. Una educación integral tiene en cuenta no solo las competencias y habilidades que los niños y niñas deben desarrollar, sino también el camino para hacerlo. Para que un alumno pueda concentrarse en materias como la Literatura, las Matemáticas o las Ciencias, es importante fortalecer las competencias transversales, la capacidad de gestionar sus emociones, de poder enfocarse en la materia y de memorizar.[3] Las habilidades sociales, emocionales y cognitivas trabajan juntas para el aprendizaje y desarrollo de los alumnos. 

En un estudio que abarca a 102 países, la mayoría reconoce en sus documentos oficiales la importancia de desarrollar las competencias que permiten alcanzar éxito en la vida y bienestar.[4] Aunque cuentan con una visión holística, esta no se está traduciendo a la práctica. Muchos países están buscando al menos tres indicadores para poder dedicar más atención a desarrollar una educación integral: evidencias que demuestren que se traduciría en mejores resultados académicos; que incrementaría el porcentaje de jóvenes que terminen la Educación Secundaria, y que resultaría en mejores niveles de bienestar (ACER study).[5] La evidencia sobre esto se ha incrementado en los últimos años.    

Muchos países están dedicando un mayor esfuerzo a ofrecer una educación integral. En los últimos cinco años, el sector ha realizado algunos pasos importantes. Por ejemplo, se han desarrollado herramientas adecuadas para evaluar competencias transversales. Diez ciudades y países han participado en el estudio sobre habilidades socioemocionales realizado por la OCDE. Acordaron priorizar y definir 15 habilidades y desarrollar herramientas para medirlas. Las competencias incluyen: regulación emocional, colaboración, pensamiento abierto, desempeño de habilidades y participación integrada con otros. Ahora, estos países y ciudades están tomando pasos para integrar dichos aspectos socioemocionales en sus sistemas. En España y Portugal se están desarrollando cursos en universidades para que los profesores y equipos directivos de centros educativos puedan prepararse para ofrecer una educación integral en sus colegios. A nivel mundial, la importancia de una educación integral ha aumentado, dada la evidencia creciente sobre el tema y vistos los efectos de la pandemia, que indican que los jóvenes requieren un apoyo adecuado para atender las dificultades que siguen enfrentando. Estamos aprendiendo que para poder alcanzar una educación integral de los alumnos se requiere “visión compartida, compromiso y formación”. Es una visión que debe ser impulsada desde todo el sistema, y realizada junto con los alumnos, sus familias, profesores y directores escolares.

RYAN BURGESS
Global Lead for Primary and Secondary Education and TVET, Porticus

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